jueves, 26 de marzo de 2009

La Isla Bermeja

Acabo de enterarme de algo que me llenó de desazón (¿no les encanta la palabra “desazón”?). Resulta que a unas 100 millas al norte de la península de Yucatán, a la mitad del Golfo de México, había una isla —más bien un islote— pequeñajo y feliz, conocido como la Isla Bermeja. Y si uso el verbo haber en tiempo copretérito es porque no lo puedo usar en presente. La isla estaba ahí. Existía, tan sólida y tan rotunda como… bueno, como una isla. Dan testimonio de ello cientos de atlas, listados de islas, y mapas marítimos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. La imagino cubierta de piedras rojizas (que le daban razón a su nombre) y poblada por varios cientos de palmeras, unos cuantos cangrejos, algunos pelícanos peregrinos, y quizá incluso una familia de iguanas. Y sin embargo, ya no existe. Ni las rocas rojizas, ni las palmeras, ni los pelícanos peregrinos, ni los cangrejos ni la hipotética familia de iguanas. No se sabe cómo ni cuando, la Isla Bermeja desapareció. Sí, así de simple. Desapareció.

No soy experto en geología, en oceanografía, en ufología, ni en ninguna de las ciencias ocultas que pudieran explicar la desaparición repentina de un pedazo de tierra que emergía plácidamente de las aguas. Pero me llena de incomodidad (si no de franco pánico) el hecho de que pueda dejar de emerger.

¿Habrá sido engullida por un tsunami? ¿Se habrá desmoronado como un gigantesco polvorón, remojado en leche? Nadie lo sabe. No falta quien ofrece teorías conspiracionales (con lo cual no quiero decir que sean falsas): Dicen que la marina de Estados Unidos la bombardeó para reducir el mar territorial y la plataforma continental de México, y así poder extraer libremente el abundante petróleo que se produce en esas regiones; dicen que Santa Anna (o algún otro gobernante igualmente simpático) se la vendió a un magnate, se embolsó las ganancias y destruyó todos los documentos que pudieran dar cuenta de su corrupción; dicen que, con el correr de los años y los siglos, los registros simplemente se traspapelaron en el infinito océano de los archivos oficiales, es decir, que la isla no dejó de existir: sencillamente se extravió. Ninguna de estas hipótesis me parece descabellada. Pero tampoco me brindan la paz mental que necesito.

Y es que, si una isla entera puede desaparecer así como así, ¿qué seguridad podemos esperar nosotros, simples e insignificantes mortal? El día menos pensado, podemos hundirnos en el mar, desmoronarnos, ser destruidos por cañoneros de la U.S. Navy y/o vendidos a algún millonario excéntrico... Y todos los expedientes, documentos, fotografías, cartas que demuestren que alguna vez existimos pueden perderse irremediablemente en las tenebrosas entrañas de algún archivo histórico.
Así es la vida.
Pobre Isla Bermeja. Pobres cangrejos. Pobres pelícanos peregrinos. Pobres de todos nosotros.

3 comentarios:

Atzimba dijo...

Pobres de nosotros. La vida apesta y además desaparecemos.

Atzimba dijo...

Otro abandono más, snif!

Anónimo dijo...

En serio me hizo reir (quizás la intención era hacer llorar :S). Te quiero. Mark