tag:blogger.com,1999:blog-47135503796407609662024-03-05T08:29:26.400-08:00Reflexiones de una mente somnolientaEn las mañanas, cuando estoy a la mitad del proceso de despertar, en esa tierra de nadie entre el sueño y la vigilia, cuando el mundo es todavía una imagen borrosa y la almohada es el elemento más importante del universo, surgen en mi mente una serie de ideas que en su momento me parecen brillantes. La idea de este blog es dar forma a esas divagaciones con la esperanza de divertir por un instante a los lectores potenciales.Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.comBlogger44125tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-25335366192917123712009-06-04T16:12:00.000-07:002009-06-04T16:17:28.024-07:00Bizarrías<div align="right"><span style="font-size:85%;">This verbal class distinction<br />By now should be antique<br /><br />-Prof. Henry Higgings<br /><br />This verbal class distinction [...] </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">is less noticeable among the young, </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">not because of Thatcherism, </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">but because a universal pop-speak </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">has infected the whole generation, </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">along with a degree of inverted snobbery. </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">Children from the best schools are </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">apt to assume a kind of cockney accent: </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">but Etonian cockney, to the well-tuned ear, </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">is not the same as real cockney. </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;"></span> </div><div align="right"><span style="font-size:85%;">-Anthony Lejeune, </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;">"</span><a href="http://findarticles.com/p/articles/mi_m1282/is_n21_v42/ai_9046924/"><span style="font-size:85%;">Class - Great Britain - special issue: 35th Anniversary 1955-1990</span></a><span style="font-size:85%;">". </span></div><div align="right"><span style="font-size:85%;"><em>National Review</em>.<br /></span><br /></div><div align="justify">Vivimos en una sociedad de castas, de clases sociales que coexisten pero no se mezclan entre sí, que se diferencian nítidamente la una de otra y cuyos miembros son fácilmente identificables. El motivo fundamental de la separación es económico (la relación que cada clase tiene con los medios de producción, diría el buen Marx) pero sus manifestaciones invaden los terrenos de lo cultural, lo moral, lo estético y hasta lo físico. </div><div align="justify"><br />Uno de los síntomas más evidentes de los abismos que separan a una clase de otra, en cualquier sociedad vertical, es el lenguaje. Los pobres y los ricos no sólo compran cosas diferentes, padecen enfermedades diferentes, visten ropas diferentes, viven en barrios diferentes, mandan a sus hijos a escuelas diferentes, sino que también (y ésta es una de las barreras más difíciles de franquear) hablan de manera diferente. Y las razones son claras: la personas de menores recursos económicos tienen acceso a una educación de menor calidad y, por lo tanto, se expresan más pobremente. Del mismo modo, las élites económicas suelen coincidir con los grupos más cultos, más leídos, más viajados y que, en consecuencia, hablan mejor. Las clases altas se burlan de los errores gramaticales de los inmigrantes extranjeros, de los indígenas, de sus choferes, de sus cocineras, recamareras y jardineros, no porque sean errores, sino porque se identifican con un nivel socioeconómico.</div><div align="justify"><br />En teoría, esto no ofrece ninguna complicación. Sin embargo, yo he observado un fenómeno que viene a complicar este sencillo esquema. Y ello consiste en que las clases altas —particularmente las crías de las clases altas— ya no se vanaglorian de su bien hablar sino que, por el contrario, incurren deliberadamente en salvajadas, vulgaridades y crímenes de leso castellano, precisamente como forma de identificación de clase. Lo peor es que las clases medias han empezado a imitar las barbaridades semánticas de la “gente bien” en su incansable afán de comportarse como ellos. Expresarse en forma incorrecta viene a ser algo así como manejar UN Audi convertible.</div><div align="justify"><br />Es un claro síntoma de la decadencia de una sociedad: el error como símbolo de estátus.</div><div align="justify"><br />Basta pararse afuera de un antro fresa a media noche y escuchar un fragmento de la conversación que sostienen las jóvenes bestezuelas que se apiñan frente a la puerta de entrada, para comprobar que las nuevas generaciones de oligarcas se comunican entre sí en un dialecto sencillo, de léxico muy escaso, y que guarda una similitud muy remota con el español.</div><div align="justify"><br />Una muestra de lo anterior es la palabra “bizarro” o, más bien, el uso que hace la burguesía mexicana de la palabra “bizarro”. En buen castellano, el término es sinónimo de “valiente”, “generoso” o “espléndido” y no —repito: NO— de “extraño”, “raro” o “inusual”, como la gente insiste en emplearlo, en franco desafío de las leyes de la Real Academia. (Aquí cabe precisar que este empleo erróneo de la palabra “bizarro” empezó a difundirse a partir de un episodio de Los Superamigos transmitido en México a principios de los años ochenta, en la que aparecían un grupo de personajes contrahechos provenientes de un planeta llamado “Mundo Bizarro”, episodio que marcó en forma indeleble el vocabulario de los pequeños e inocentes televidentes). Un obrero o un campesino difícilmente emitirían un despropósito como “está haciendo un clima bastante bizarro”, frase que escuché hoy mismo en un elevador, por parte de un joven de traje inglés y zapatos italianos que, seguramente, se considera a sí mismo el paradigma del refinamiento y el buen gusto. Y seguramente, no quiso decir que el clima fuera valiente, generoso ni espléndido.</div><div align="justify"><br />¡En fin! Todo sea por la diversidad cultural y lingüística de nuestro país. </div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-62318777397852565102009-06-03T15:50:00.000-07:002009-06-03T15:54:55.838-07:00Éramos ratonestemblando en un rincón de casa de mi madre, allá en la casa enorme de mi madre.<br />Mi madre, una princesa<br />sin príncipe y sin rey, ya entonces era frágil<br />como una veladora; su casa era un rincón adentro de su casa, donde, llena de miedo,<br />repartía a sus dos hijos<br />vestigios ínfimos de azúcar y de queso.<br /><br />Siempre fuimos ratones<br />allá en la casa enorme de mi madre. Los tres nos ocultábamos en los resquicios,<br />soñando con veneno para ratas, pues éramos pequeños<br />e indeseables ratones, allá en la casa enorme de mi madre.<br /><br />No sé quiénes serían los verdaderos dueños, de aquella casa enorme de mi madre.<br />Los verdaderos dueños de quien nos escondíamos<br />no sé quiénes serían, allá en la enorme casa<br />enorme de mi madre.<br />Acaso los ratones.<br /><br /><span style="color:#000099;">(Ésta entrega es un poema de mi hermano, Óscar de Pablo. Pero, como habla en alguna manera de mi propia historia, creo que tengo derecho a ponerlo en mi blog a benefifio de mis complacientes lectores)</span>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-63684437899403528532009-05-22T09:37:00.000-07:002009-05-22T09:44:18.916-07:00Haydn<div align="justify"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5338689919803712482" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 101px; CURSOR: hand; HEIGHT: 122px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihLtDmkoCzqupdju74hGmyK2Kd5013DLt8GExVjQmPTXG91_MK5E3ciGeY9WlRQj8OrALXKjvxci8HougPaie4XSMObLYnVaoDLFx_XPrHer56UEIKUjCbDNE6DA3PNQlD79mcURgnlR4/s320/haydn.jpg" border="0" />Yo soy una criatura esencialmente romántica: nos sentimos irremediablemente atraídos por aquellos personajes de la Historia que experimentaron grandes pasiones y grandes sufrimientos, aquellos que tuvieron que enfrentarse a la miseria, a la enfermedad o a la locura, ésos que tenían grandes manías o terribles adicciones, los que se rebelaron contra el sistema y padecieron la represión, la cárcel o la tortura y, sobre todo, los que tuvieron una muerte prematura. En cambio, aquellos personajes que disfrutaron de una existencia larga, tranquila y feliz, y que no incurrieron en ningún exceso, apenas despiertan nuestro interés. Por eso, cuando el editor de la revista me encargó una artículo sobre Franz Joseph Haydn, para conmemorar los 200 años de su muerte, sentí verdadera fiaca... Pero aún así lo escribí.<br /><br />Resulta que Haydn nació en la aldea de Rohrau, a quince leguas de Viena, el 31 de marzo de 1732, y era hijo de un carpintero y herrero de nombre Mathias Haydn, cuyos principales ingresos provenían de reparar las carretas, carretillas y demás instrumentos de labranza del noble local, el conde de Harrach. Curiosamente, el pequeño Sepperl (como lo llamaban de cariño) que llegaría a ser una gran instrumentista, no mostró predilección ni virtuosismo por ningún instrumento en particular: entró en el mundo de la música como cantante. Cuando tenía ocho años, la belleza de su voz fue descubierta por el director del coro de la Catedral de San Esteban de Viena, quien hizo que lo admitieran en el coro y la escuela de la catedral, con lo cual el cabildo de la ciudad correría con los gastos de su manutención y educación musical.<br /><br />Al cambiarle la voz, a los diecisiete años, fue despedido del coro y quedo sin medios de subsistencia. Aquél fue el único momento verdaderamente difícil en la vida del compositor: si no hubiera sido por la hospitalidad de un amigo que lo acogió en la bohardilla en la que habitaba hubiera tenido que vivir en la calle. Sin embargo, para su fortuna, durante sus años en San Esteban había adquirido una sólida formación musical que resultaría invaluable en su carrera como compositor. Pronto compuso sus y sus primeras cantatas, con las cuales llamó la atención de varias personalidades importantes del mundo musical vienés, como el famoso poeta y Metastasio y Nicola Porpora, el célebre maestro de Farinelli, quien lo tomó como una mezcla de sirviente y aprendiz. Poco a poco fue ganándose el favor de la aristocracia vienesa y se convirtió en uno de los compositores de moda de la ciudad. Hacia 1856 (el año en que nació Mozart) el joven Haydn era ya un invitado frecuente en los palacios de verano de los nobles austriacos.<br /><br />Y es que, en el siglo XVIII, cuando el la clase media era poco más que un grupo de artesanos y tenderos, no existía en Europa un público suficientemente amplio que asistiera a los teatros o que comprara partituras impresas, por lo que el mecenazgo de la nobleza era indispensable para la subsistencia de los músicos. Los aristócratas reclutaban compositores para integrarlos al personal de sus palacios de forma apenas diferente a como contrataban a sus mayordomos, cocheros o cocineros. Incluso, en muchos casos, se les obligaba a portar la librea de la casa.<br /><br />Era, evidentemente, una situación de subordinación. Pero de subordinación relativa. ¿Quién —salvo un puñado de historiadores especializados— recuerda las políticas de tal o cual ministro, la elegancia de tal dama, las batallas que libró tal general? Y, en cambio, las composiciones de Vivaldi, de Händel, de Bach, de Gluck, de Haydn y de Mozart son escuchadas hasta el día de hoy en la radio, en discos, en teatros y salas de concierto de todo el mundo, y los nombres de estos artistas son recordados con admiración y amor por millones de personas. Los nobles que los patrocinaron y que favorecieron la ceración de sus obras aportando los recursos materiales necesarios, son apenas una nota de pie de página en las biografías de los compositores. Es gracias a ellos que muchos soberbios aristócratas adquirieron su parcela de inmortalidad. Por eso vale la pena preguntarse: a fin de cuentas, ¿quién trabajaba para quién?<br /><br />Esta situación iba a cambiar antes de lo que todos suponían, pero, en 1761, era claro que, si quería asegurarse un porvenir exitoso, Haydn necesitaba el patrocinio de una familia aristocrática y eso fue precisamente lo que obtuvo cuando el príncipe Paul Anton Esterházy lo contrató como vice-maestro de capilla (o <em>Kappellmeister</em>) de su palacio en Eisenstadt.<br /><br />Los Esterházy de Galatha eran una antigua familia húngara, y una de las más ricas e influyentes del Imperio. Pasaban los inviernos en Viena y los veranos en alguno de los castillos de su propiedad y llevaban con ellos a toda su capilla (orquesta, coro y solistas… poco más de veinte músicos en total). La orquesta de los Esterházy brindó a Haydn la oportunidad de experimentar con la composición sinfónica, en la que hizo grandes desarrollos. No en vano ha sido bautizado “padre de la sinfonía”. De hecho, el primer encargo importante que recibió su nuevo patrón fueron tres sinfonías inspiradas en casa parte del día: la sexta (la mañana), la séptima (el mediodía) y la octava (la tarde).<br /><br />Resulta simbólico que Haydn haya omitido componer una sinfonía sobre la noche. Y es que el compositor era un digno hijo de su siglo: el Siglo de las Luces. Una época marcada por una corriente artística —el clasicismo— que buscaba inspiración en los modelos de la Antigüedad griega y romana y rechazaba cualquier exageración o exceso. En cambio, tenía como ideales la naturalidad, la sobriedad, el orden, la claridad, y la armonía. La luz de la Razón iluminaba todas las formas de producción artística, la cual era creada más con el cerebro y menos con el corazón. La música de Haydn —y, en buena medida, también su vida— es un ejemplo paradigmático de esta corriente.<br /><br />En 1762, murió el príncipe Paul Anton y fue sucedido por su hermano, Nicolaus llamado “el Magnífico”. El nuevo líder de la casa Esterházy, que había sido general del ejército austriaco durante la Guerra de los Siete Años, era un verdadero apasionado de la música. En su palacio de Estherhaza (un Versalles en pequeña escala a orillas del lago Neusiedler) hizo construir un teatro para quinientos espectadores en el que se representaban dos óperas y dos conciertos solemnes a la semana. Eso además de la música de cámara que se tocaba a todas horas en los distintos aposentos del palacio y de las composiciones especiales creadas para agasajar a los invitados ilustres. (Así, por ejemplo, con motivo de la visita de la emperatriz María Teresa en 1773, Haydn compuso su Sinfonía No. 50 y su ópera <em>L’Infedelta Lelusa</em>).<br /><br />Con semejante demanda de música, a Haydn, que pronto fue ascendido al cargo de Kappelmeister, no le faltaba trabajo. Durante sus años al servicio de los Esterházy seguía una inquebrantable rutina diaria, que Stendhal describió así:<br /><br /><span style="font-size:85%;">“Su vida fue uniforme y exclusivamente dedicada al trabajo. Se levantaba muy temprano, se vestía con toda pulcritud, se instalaba en una mesita junto a su piano y de ordinario lo sorprendía ahí la hora de la comida. Por la noche dirigía los ensayos o asistía a las representaciones de ópera que se celebraban cuatro veces por semana en el palacio del Príncipe. Algunas mañanas, muy pocas, las dedicaba a la caza. El poco tiempo que le quedaba libre lo pasaba con sus amigos o con la señora Polzelli. Tal fue la vida que llevó durante treinta años, y eso explica el número considerable de sus producciones”.<br /></span><br />Cabe señalar que “la señora Pozelli” a la que se refería Stendhal era una soprano napolitana contratada por los Esterházy hacia 1779. Aunque tanto ella como Haydn estaban casados, sostuvieron una prolongada y bastante estable relación sentimental y según algunos biógrafos, tuvieron varios hijos. (¡Tan seriecito que se veía…!)<br /><br />En fin, gracias a su personalidad extraordinariamente disciplinada y metódica, Haydn encontró tiempo para componer (según el catálogo Hoboken) 104 sinfonías, 25 divertimentos, 61cuartetos, 31 tríos y 6 dúos de cuerdas, 8 marchas, 62 sonatas para piano, 14 misas, 3 oratorios, 13 óperas, casi 50 conciertos para diversos instrumentos, aproximadamente 200 obras para barítono (una especie de trompeta, ahora en desuso, que era el instrumento favorito del Príncipe Nicolaus) y cientos de canciones, minuetos, allemandes, nocturnos, piezas sacras y profanas, óperas para marionetas y hasta música para relojes musicales.<br /><br />No debe pensarse, por esta prodigiosa dedicación al trabajo de Haydn, que fuera un hombre serio o aburrido: por el contrario, tenía un sentido del humor brillante y refinado como su obra musical, del cual dan muestra innumerables anécdotas. Así, por ejemplo, en su sinfonía número 94, llamada La sorpresa, decidió "vengarse" de aquellos que acudían a sus conciertos sin demasiado interés. En el segundo movimiento, en un momento de intensidad piano, incorporó un inesperado fortissimo para despertar a los durmientes y sobresaltar a los distraídos. Otra muestra de la sutil irreverencia del compositor es su famosa sinfonía número 45 que Haydn compuso a manera de protesta por el hecho de que el Príncipe no concedió vacaciones a los músicos del palacio. En ella, los miembros de la orquesta van dejando de tocar paulatinamente y abandonando el escenario, uno tras otro, hasta que éste se queda vacío. Por eso se le conoce como “la Sinfonía de los Adioses”. Después de escucharla, el príncipe comprendió la indirecta y concedió a sus músicos la anhelada licencia.<br /><br />La vena humorística de Haydn se expresa también en varias de sus óperas, entre las que destacan <em>La canterina</em> (La cantante) de 1766, <em>Lo speziale</em> (El boticario) de 1768 e <em>Il mondo della Luna</em> (El mundo de la luna) de 1777.<br /><br />El 1781, en uno de sus infrecuentes viajes a la capital austriaca, Haydn tuvo la oportunidad de conocer a Mozart, de quien era ferviente admirador. Pese a la diferencia de edades (Haydn tenía cincuenta años y Mozart veinticinco) se volvieron amigos de inmediato. El compositor de Salzburgo le dedicó una serie de sonatas que hasta hoy se conocen como “sonatas Haydn”. Éste, por su parte, fue uno de los pocos contemporáneos que supo apreciar el genio de Mozart en toda su magnitud. Se dice que después de escuchar su <em>Don Giovanni</em>, Haydn no quiso volver a escribir óperas: la superioridad de Mozart en ese terreno era demasiado evidente.<br /><br />Sin embargo, escribió piezas de música vocal verdaderamente geniales. A mí me gusta particularmente su cantata Arianna a Naxos compuesta en 1789, el año de la toma de la Bastilla.<br /><br />En 1790 murió Nicolaus “el Magnífico”. Su primogénito y sucesor, el príncipe Anton Esterházy, no compartía la pasión de su padre por la música, por lo que de inmediato despidió a toda la orquesta (salvo a los instrumentos de viento, que le eran útiles para las cacerías). Sin embargo, sentía aprecio por Haydn por lo que le permitió conservar el título honorífico de <em>Kappelmeister</em> y le asignó una pensión vitalicia de 1,400 florines, sin que tuviera ya obligación alguna.<br /><br />Viéndose libre después de treinta años al servicio de los Esterházy, Haydn aprovechó su nueva situación para efectuar dos giras en Londres, la primera de 1791 a 1792 y la segunda de 1794 a 1795. En Inglaterra recibió reconocimientos importantes, como un doctorado Honoris causa de la Universidad de Oxford. También tuvo la oportunidad de ver sus obras tocadas para públicos realmente amplios en teatros como el Covent Garden y el Drury Lane, que comparados con el reducido y aristocrático escenario de los Esterházy, resultaban multitudinarios. Fue ahí donde compuso sus últimas y más importantes sinfonías, mismas que servirían como modelo vinculante para la obra sinfónica de Mozart, Beethoven, Schubert, Rossini y Weber.<br /><br />En el viaje de vuelta a Viena pasó por la ciudad de Bonn, en donde algunos amigos le presentaron a un tímido compositor local de veinte años que, según dijeron, “prometía mucho”. El joven le enseñó, muy nervioso, algunas de sus obras. Días más tarde, ya en Viena, Haydn le escribió animándolo a viajar a la capital. “Puesto que Mozart ha muerto, para desgracia de todos —le decía— ésta es la ocasión de que usted venga a ocupar el lugar que se merece”. Y así fue. El joven compositor se llamaba Ludwig van Beethoven.<br /><br />Inspirado por los oratorios de Händel, que había escuchado en Inglaterra, Haydn había orientado su interés hacia las grandes composiciones sinfónico-corales. A este periodo pertenecen sus últimas misas, así como los oratorios <em>Siete palabras del Salvador</em> (1796), <em>La Creación</em> (1798) y <em>Las Estaciones</em> (1801). El texto de estos oratorios era del barón Van Swieten, el célebre benefactor de Mozart. Las ejecuciones públicas de estas obras en Viena significaron la consagración de la gloria Haydn en su propia patria.<br /><br />El 31 de mayo de 1809, mientras los ejércitos napoleónicos ocupaban Viena y destruían a cañonazos el ancien régime, murió Franz Joseph Haydn. Con él se extinguía toda una época simple, plácida y refinada, una época de pelucas empolvadas y palacios rococó, la época de la Ilustración y del Clasicismo, el Siglo de las Luces, una era de la que Haydn fue el más digno representante. En su lugar, surgiría algo más complejo, más oscuro, más turbulento, incluso más violento. Algo que, con el tiempo, se llamaría Romanticismo.<br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=4713550379640760966#_ftnref1" name="_ftn1"></a></div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-71723484146918399052009-05-22T09:08:00.001-07:002009-05-22T09:08:48.498-07:00ChaleHoy cumplo treinta años... Chale.Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-82477383200039470292009-04-21T15:20:00.000-07:002009-04-21T17:05:39.735-07:00LlueveEstá lloviendo.<br /><br />Ni siquiera está lloviendo: más bien está cayendo un chipi-chipi bastante triste. Una de esas lloviznas tímidas y persistentes, que caen en la ciudad después de varios días de mucho calor, que llenan los coches de lodo.<br /><br />Bueno, la verdad es que mi oficina no tiene ventanas, así que no sé si está lloviendo. Pero estoy oyendo una <em>gymnopédie</em> de Erik Satie (la número uno: <em>lent et doloreux</em>) y es como si estuviera lloviendo.Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-18016038017440307862009-03-26T11:59:00.000-07:002009-03-26T12:06:49.296-07:00La Isla Bermeja<div align="justify"> Acabo de enterarme de algo que me llenó de desazón (¿no les encanta la palabra “desazón”?). Resulta que a unas 100 millas al norte de la península de Yucatán, a la mitad del Golfo de México, había una isla —más bien un islote— pequeñajo y feliz, conocido como la Isla Bermeja. Y si uso el verbo haber en tiempo copretérito es porque no lo puedo usar en presente. La isla estaba ahí. Existía, tan sólida y tan rotunda como… bueno, como una isla. Dan testimonio de ello cientos de atlas, listados de islas, y mapas marítimos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. La imagino cubierta de piedras rojizas (que le daban razón a su nombre) y poblada por varios cientos de palmeras, unos cuantos cangrejos, algunos pelícanos peregrinos, y quizá incluso una familia de iguanas. Y sin embargo, ya no existe. Ni las rocas rojizas, ni las palmeras, ni los pelícanos peregrinos, ni los cangrejos ni la hipotética familia de iguanas. No se sabe cómo ni cuando, la Isla Bermeja desapareció. Sí, así de simple. Desapareció.<br /><br />No soy experto en geología, en oceanografía, en ufología, ni en ninguna de las ciencias ocultas que pudieran explicar la desaparición repentina de un pedazo de tierra que emergía plácidamente de las aguas. Pero me llena de incomodidad (si no de franco pánico) el hecho de que pueda dejar de emerger.<br /><br />¿Habrá sido engullida por un tsunami? ¿Se habrá desmoronado como un gigantesco polvorón, remojado en leche? Nadie lo sabe. No falta quien ofrece teorías conspiracionales (con lo cual no quiero decir que sean falsas): Dicen que la marina de Estados Unidos la bombardeó para reducir el mar territorial y la plataforma continental de México, y así poder extraer libremente el abundante petróleo que se produce en esas regiones; dicen que Santa Anna (o algún otro gobernante igualmente simpático) se la vendió a un magnate, se embolsó las ganancias y destruyó todos los documentos que pudieran dar cuenta de su corrupción; dicen que, con el correr de los años y los siglos, los registros simplemente se traspapelaron en el infinito océano de los archivos oficiales, es decir, que la isla no dejó de existir: sencillamente se extravió. Ninguna de estas hipótesis me parece descabellada. Pero tampoco me brindan la paz mental que necesito.<br /><br />Y es que, si una isla entera puede desaparecer así como así, ¿qué seguridad podemos esperar nosotros, simples e insignificantes mortal? El día menos pensado, podemos hundirnos en el mar, desmoronarnos, ser destruidos por cañoneros de la <em>U.S. Navy</em> y/o vendidos a algún millonario excéntrico... Y todos los expedientes, documentos, fotografías, cartas que demuestren que alguna vez existimos pueden perderse irremediablemente en las tenebrosas entrañas de algún archivo histórico. </div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify">Así es la vida.<br /></div><div align="justify"> </div><div align="justify"> </div><div align="justify">Pobre Isla Bermeja. Pobres cangrejos. Pobres pelícanos peregrinos. Pobres de todos nosotros.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-31928932716937330092009-03-11T09:30:00.000-07:002009-03-11T10:04:24.362-07:00A petición de Roberto... La Sonora Dinamita<div align="justify">La mañana del 21 de enero de 2002, en Cartagena de Indias, Colombia, murió Luis Guillermo Pérez Cedrón. Quizá a muchos de ustedes, inocentes lectores, ese nombre no les diga nada. Quizá no sepan que ese ere el verdadero nombre de Lucho Argáin, quien fue, muy posiblemente, el mejor compositor y arreglista de todos los tiempos y, además, el núcleo de la inmortal asociación que revolucionó la cumbia colombiana en toda América latina: la Sonora Dinamita.<br /><br />Nacido en Cartagena, en 1927, Pérez Cedrón grabó su primer disco en 1959 después de firmar un contrato con el sello musical “Discos Fuentes”. Su propietario, el visionario productor discográfico Antonio Fuentes, tuvo la maravillosa iniciativa de reunir en una agrupación, bajo la dirección de Pérez Cedrón, a los principales compositores e interpretes de cumbia del país. Como ni el nombre ni los apellidos del compositor eran bastante sonoros ni originales, Fuentes le asignó un nombre artístico con el que pasaría a la historia: Lucho Argáin.<br /><br />Faltaba por definir el nombre de la agrupación. La idea original —para mi gusto bastante acertada— fue llamarla la Sonora Buscapié. Lo de “sonora” era un fusil de la exitosísima orquesta cubana La Sonora Matancera y lo de “buscapié” era una alusión a lo explosivo de su música. Sin embargo, y considerando que quizá hubiera gente en algunas latitudes de nuestro grande e ignorante continente, no supiera qué cosa es un buscapié, el señor Fuentes decidió llamarla, en cambio, Sonora Dinamita.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Completaban la agrupación el canatante conocido como "El Chamaco", el pianista Lalo Montes, el baterista Clodomiro Montes, los trompetistas Saúl Torres y Ángel Mattos, el bajista Pedro Laza, el guitarrista Guillermo Martínez, el trecista (o sea, el que toca el tres) Gil Cantillo, el conguista (o sea, el que toca las congas) Enrique Bonfante y los coristas Poli y Mono Martínez. Como puede observarse, se trataba de un conjunto enteramente masculino. Sin embargo, desde el inicio, se contó con la participación de vocalistas femeninas. </div><div align="justify"> </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Y es que, a decir verdad, la Sonora Dinamita no era un grupo musical propiamente dicho. Era más bien una asociación de artistas incluyente, difusa, fluida, libre. Un estado de ánimo, dirían algunos. Sus miembros nunca se reunieron para tocar sus éxitos en vivo: sólo se juntaban en estudios de grabación.<br /><br />En 1960 salió su primer álbum de larga duración (elepé, se le llamaba entonces): <em>Ritmo</em>, al que pertenecen las canciones “Yo la ví”, “Si la vieran” y “Mayen raye”, todas autoría de Argáin. Dado el éxito de este primer álbum, pronto le siguieron <em>Fiesta en el Caribe</em> (1961) y <em>Dinamita</em> (1962). Como todas las utopías, la Sonora Dinamita no resistió el peso de la realidad, por los que se desintegró en 1963.<br /><br />No obstante, un concepto tan maravilloso no podía morir así como así. Quedó latente en la memoria y en el corazón de los aficionados a la cumbia no sólo de Colombia y Venezuela, donde se comercializaron sus discos, sino también, sorprendentemente, en México. (La popularidad de la banda en este país era tan grande, durante los años sesenta, que en 1968 se publicó ahí su primera compilación de “Grandes éxitos”). Fue por eso que, en 1977 Antonio Fuentes volvió a buscar a Lucho Argáin y lo convenció para que volver a formar la agrupación. El primer álbum de la resucitada agrupación (cuarto, si contamos desde el inicio) se llamó <em>La explosiva Sonora Dinamita</em> e incluía el éxito "El Montón".<br /><br />Esta vez, no querían que el éxito de la Sonora dinamita quedara circunscrito a las fronteras de Colombia, por lo que, en 1979 emprendieron una gira por México donde su música causó verdadero furor. En particular la inmortal canción “Se me perdió la cadenita” (el perteneciente al álbum <em>Meneíto</em>) fue un éxito sin precedentes: no hubo sonidero ni boda en donde no se bailara.<br /><br />La década de los ochenta fue, sin duda, la más exitosa y prolífica de la agrupación. En esa época dorada grabaron varios temas con las voces de los más grandes cantantes de Colombia como vocalistas invitados como Rodolfo Aicardi ("María Cristina"), Anny ("Cómo hago con mi marido"), John Jairo ("Llegó el timbal"), Melyda Yara, mejor conocida como la India Meliyará ("Mi cucu") y mi favorita personal: Margarita Vázquez ("Capullo y Sorullo", "Que nadie sepa mi sufrir", y la inmortal "A mover la colita").<br /><br />Gran parte del éxito de la Sonora Dinamita —todo hay que decirlo— se debió al apoyo brindado por la cadena Televisa, y a su aparición frecuente en programas como <em>Siempre en domingo</em> y <em>Mala noche no</em>.<br /><br />Pero los dioses de la televisión son veleidosos. A principios de la década de los noventa, Televisa retirpó su apoyo a la Sonora para dárselo a bandas mexicanas como Bronco, Los Temerarios, Los Ángeles Azules, que tocaban su propia versión —en mi muy humilde opinión, bastante más vulgar que el original— del género cumbiero (un subgénero denominado, sin mucha imaginación “cumbia mexicana”). Poco después, varios países del continente se puso de moda una aberración pseudo-musical, originaria de Perú, denominada “tecno-cumbia”. El resultado inmediato fue una caída casi vertical en las ventas de los discos de la Sonora Dinamita. Para colmo, en 1993 una banda con base en Miami tuvo el atrevimiento de adoptar el nombre de “Sonora Dinamita” e incluso incluir en su repertorio varias de las canciones de Lucho Argáin, como la inmortal “Se me perdió la cadenita”, lo cual también contribuyó al declive en las ventas.<br /><br />El golpe final fue cuando en 1998, Discos Peerless, la empresa que había comercializado con tanto éxito los discos de la Sonora en México, entró en crisis y finalmente despareció. Para entonces, Lucho Argáin llevaba varios años sin componer una canción nueva: la Sonora se sostenía únicamente por la venta de discos que compilaban éxitos del pasado. (Algunos de los títulos de estas compliaciones que todo buen anfitrión debe tener en su gabinete para amenizar sus fiestas son: <em>Picante y caliente, Pegaditas de oro, La mera mera, Yo soy la cumbia</em>, y la inolvidable <em>Navidades con la Sonora Dinamita</em>).<br /><br />Éste era el estado de las cosas cuando, en enero de 2002, murió lo que en Lucho Argáin había de mortal. A partir de entonces, y como homenaje póstumo a su genial fundador, la agrupación cambió su nombre a La Sonora Dinamita de Lucho Argáin.<br /><br />Para que no digan que sólo escribo de ópera…</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-77678146913347255382009-02-24T16:22:00.000-08:002009-02-24T16:33:46.941-08:00Una historia de amor<div align="justify">Cuando se conocieron, él tenía veintiséis años; ella veinticuatro. Él era un compositor prácticamente desconocido; ella era famosa internacionalmente por su belleza y por su voz. Él estaba casado con una sencilla mujercita del pueblo de Busseto; ella, a quien nadie hubiera calificado de “sencilla” ni de “mujercita” era célebre por el número y por el rango de los amantes que desfilaban por su camerino. Él nunca había estrenado una ópera, ella había cantado en más de cuarenta. Él, que estaba en una situación económica poco menos que desesperada, necesitaba que se produjera su ópera, misma que ya había sido rechazada por el Teatro Ducal de Parma; ella, como primera soprano de La Scala de Milán, estaba en condiciones de elegir qué se representaba y qué no en el teatro. Él la admiraba profundamente; ella jamás había escuchado mencionar su nombre. Él se llamaba Giuseppe Verdi; ella, Giuseppina Strepponi.<br /><br />Dadas las circunstancias, la aprobación de la ópera por parte de la Strepponi era crucial. Cuando Pietro Massini, director de la Sociedad Filarmónica de Milán, le entregó a la diva la partitura preliminar, ésta accedió a leerla con escepticismo. Sin embargo, al ir hojeando el manuscrito, su desconfianza se convirtió en interés y después en decidido entusiasmo. Como mujer inteligente y sensible, y con una larga experiencia como cantante de ópera, pudo darse cuenta de que se trataba de un trabajo, si no genial, sí inmensamente prometedor. Así, gracias a la determinación de la prima donna la ópera fue estrenada en el Teatro alla Scala el 17 de noviembre de 1839 con el título de <em>Oberto, conte di San Bonifacio</em>.<br /><br />El éxito de <em>Oberto</em> fue clamoroso; tanto que el director de la Scala, Bartolomeo Merelli le ofreció a su autor un contrato para dos óperas más. La primera, <em>Un giorno di regno</em> fue una ópera cómica durante la composición de la cual, en 1840, murió Margherita, la esposa del compositor. A esta tragedia personal se sumó otra profesional: el <em>Giorno</em> resultó un lastimoso fracaso. Verdi estaba tan deprimido por estos acontecimientos que prometió no volver a componer nunca más.<br /><br />Afortunadamente, hubo tres personas que lo hicieron desistir de esta decisión que hubiera sido fatal para la historia de la música. La primera de ellas fue el empresario Bartolomeo Merelli, quien prácticamente obligó a Verdi a que compusiese la segunda ópera estipulada en el contrato celebrado con el Teatro. La segunda fue Temistocle Solera, el libretista que había escrito el texto de <em>Oberto</em> y quien ahora insistía en que Verdi pusiera música a una obra que acababa de escribir basada en una pieza teatral francesa sobre un tema extraído del Antiguo Testamento. La tercera, y probablemente la decisiva, fue, una vez más, Giuseppina Strepponi, que quiso cantar un papel en la nueva ópera. Giuseppe, ahora viudo y sentimentalmente libre, simplemente no supo rechazar el ofrecimiento de la hermosa Giuseppina. De hecho, ella lo inspiró para crear uno de los personajes femeninos más fascinantes de toda la producción verdiana: Abigaille.<br /><br />La ópera, por supuesto, fue <em>Nabucco</em>, y el éxito que gozó desde su estreno —el 9 de marzo de 1842— es de todos conocido. Decir que el coro de los esclavos, el celebérrimo <em>Va pensiero</em>, se convirtió en el himno de la unificación italiana es una hecho incontrovertible. El apabullante éxito de la ópera se debió, en buena medida, a la asociación que hacía el público italiano entre la historia del pueblo israelí, dominado por una potencia extranjera, y sus propias ambiciones nacionalistas. Pero también a las cualidades musicales y dramáticas de la obra, que hicieron de Nabucco la primera obra maestra del genio de Le Roncole.<br /><br />Aunque el título de la obra se refiere a Nabucodonosor II, el rey caldeo de Babilonia, el peso del drama recae, tanto musical como dramáticamente, en Abigaille, una mujer de gran complejidad psicológica: apasionada, terriblemente cruel, pero en el fondo muy vulnerable, absolutamente acomplejada por el hecho de haber nacido esclava. Vocalmente, es una parte realmente ingrata, que exige el dominio de un registro amplísimo, famosa por destruir las voces de quien osa cantar el papel. Por ello son tan pocas cantantes se han atrevido a interpretar a Abigaille y más pocas las que lo han hecho con éxito. Aunque, por obvias razones, no existe un registro grabado de la voz de la Strepponi, las características vocales de este papel, cortado a su medida, nos dan una idea de sus habilidades técnicas, que debieron haber sido impresionantes.<br /><br />Durante aquellas maravillosas funciones en La Scala, y más tarde en Viena y en Parma, Giuseppe y Giuseppina llegaron a conocerse a fondo, descubrieron las cualidades el uno del otro y empezaron a alimentar una atracción que alteraría para siempre la vida de ambos. Fue como si el fuera hacia arriba y ella hacia abajo por el camino de la vida y ambos se encontraran justamente a la mitad. Un poco como Brad Pitt y Cate Blanchett en <em>El curioso caso de Benjamin Button</em>.<br /><br />Si para Verdi <em>Nabucco</em> representó el inicio de una carrera estratosférica, para la Stepponi marcó el final de la suya. Para 1842 su voz había empezado a declinar, acaso, como consecuencia de la mole de trabajo que la cantante aceptaba para mantener a su madre viuda y a sus tres hijos pequeños. En esa época, un crítico escribió sobre ella: “Por lo que atañe a la acción y al canto, esa buena artista ha hecho milagros, pero su voz necesita reposar y nosotros le rogamos que lo haga, por su bien y por el nuestro, porque deseamos tener en el escenario por mucho tiempo más a una cantante a la que tanto y por tan sobradas razones aplaudimos”.<br /><br />Además, de sus dificultades materiales y profesionales, la prima donna tenía una vida privada particularmente borrascosa: estaba atrapada en una atormentada relación con el tenor Napoleone Moriani. El continuo deterioro de sus cuerdas vocales la obligó a espaciar cada vez más sus compromisos y la empujó hacia actuaciones en plazas cada vez más pequeñas y marginales, hasta que, en el mes de enero de 1846, cuando tenía apenas treinta años, decidió a ponerle fin a su carrera. Para su función de despedida eligió nada menos que el Nabucco.<br /><br />Después de eso, Giuseppina rompió con Moriani y se instaló en París, donde se dedicó a dar clases de canto. A principios de 1847 tuvo lugar su tercer encuentro con Verdi, que había viajado a la Ciudad Luz para la reposición de su ópera <em>I lombardi alla prima crociata</em> que se estrenaría en francés con el título <em>Jérusalem</em>. En la partitura manuscrita de esta nueva versión pueden identificarse correcciones y notas en la caligrafía de la Strepponi, lo cual demuestra el gran respeto que el maestro sentía, ya desde entonces, por las aptitudes artísticas e intelectuales de la soprano. A partir de aquel encuentro, ya no volverían a separarse.<br /><br />A principios de septiembre de 1849, Giuseppe, Giuseppina y los hijos de ésta se instalaron en el Palazzo Orlandi de Busetto, una pequeña ciudad en la región de Parma, donde el compositor había pasado los años de su adolescencia y juventud. La moral provinciana de Busseto no era tan relajada como la de París, y la llegada de la pareja de amantes, cuya unión no contaba con la bendición de la Iglesia, fue muy mal vista por las buenas conciencias de la ciudad. No obstante, Verdi no se dejó intimidar, como lo dejó claro en una carta escrita a Antonio Barezzi, su protector y el padre de su primera esposa:<br /><br /><span style="font-size:85%;">En mi casa vive una señora libre e independiente, amante como yo de la vida solitaria, con una fortuna que la pone al abrigo de todas las necesidades. Ni ella ni yo tenemos que rendirle cuentas a nadie de nuestras acciones [...]. Yo diré que a ella, en mi casa, se le debe el mismo respeto, o, mejor dicho, más respeto que a mí, y a nadie le permitiré que se lo falte, por ningún motivo. Porque ella se merece todo el respeto, por su conducta y por su espíritu y por la consideración especial que siempre manifiesta hacia los demás. </span></div><span style="font-size:85%;"><div align="justify"><br /></div></span><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5306526150657528050" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 223px; CURSOR: hand; HEIGHT: 280px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRFcIeL0AzrmcASfPQvMN3i6jAYpSg_1PCHUjetz4KnPDojE4i0MFozY8U8c2MVkdidHc6YKU2T1lm6SZ4NqEwKOgdeJ_RzmmQtJZ0EQJS4pp7tCdcQvYIxJtAu3ZJONgLozerlGrMh38/s320/Giuseppina_Strepponi.jpg" border="0" /> <p align="justify"><br />Efectivamente, Giuseppina era una mujer digna de todo respeto y admiración. Con su gran experiencia de cantante, fue una colaboradora valiosa y de toda confianza para Verdi, pródiga en consejos y sugerencias. Ella misma describe su aportación en el proceso creativo del “mago”, como llamaba cariñosamente a Giuseppe, en una carta que le escribiera el 3 enero de 1853:<br /><br /><span style="font-size:85%;">¿Y tú aún no has escrito nada? ¿Ves? No tienes a tu pobre <em>Livello</em> [en el dialecto de Lodi: persona molesta], en un rincón de la habitación, acurrucado en un sillón, diciéndote: “Eso es muy bonito, mago; eso no. Para; repite; eso es original.” Ahora, sin este pobre <em>Livello</em>, Dios te castiga y te obliga a esperar y a que te devanes los sesos, antes de que se abran las puertas de tu cabeza, para que salgan tus magníficas ideas musicales.</span><br /><br />Se dice que el rechazo del que eran objeto los enamorados por parte de la mojigata sociedad decimonónica inspiró al compositor para escribir algunas de las páginas más hermosas de su célebre <em>Traviata</em>. Por fortuna, contrariamente a lo ocurrido en la ópera, en la vida real ningún barítono entró en escena para separar a la pareja. Nadie se presentó en Sant’Agata, la villa campestre donde convivían, para increpar a “madamigella Strepponi”. A diferencia de Alfredo y Violetta, Giuseppe y Giuseppina habrían de vivir juntos y felices por muchos años.<br /><br />No fue sino hasta 1859, poco antes de que Verdi se lanzara como candidato a diputado por el distrito de Busseto, que la pareja decidió formalizar finalmente su unión, como una concesión a la sociedad. Se casaron el 29 de agosto, en la aldea de Collonges, al pie del monte Salève, en la Saboya piamontesa, casi en la frontera suiza. Los testigos fueron el cochero que los había llevado y el campanero de la iglesia.<br /><br />Durante todos los años que duró su vida en común, nunca menguó la admiración mutua ni el amor del uno por el otro. Uno de los testimonios más tiernos de los sentimientos de Giuseppina está en una carta fechada el 5 de diciembre de 1860:<br /><br /><span style="font-size:85%;">Te lo juro, y a ti no te costará creerlo: ¡yo muchas veces me sorprendo casi de que tú sepas música! Aunque este arte sea divino y aunque tu genio sea digno del arte que profesas, el talismán que me fascina y que yo adoro en ti es tu carácter, es tu honor, tu indulgencia hacia los errores de los demás, mientras que tú eres tan exigente contigo mismo. Tu caridad llena de pudor y de misterio, tu orgullosa independencia y tu sencillez de niño, cualidades, precisamente, de esa naturaleza tuya que supo conservar la salvaje virginidad de las ideas y de los sentimientos en medio de la cloaca humana. ¡Oh, Verdi mío, yo no soy digna de ti! Tu amor por mí es caridad, es un bálsamo para un corazón que, a veces, se pone muy triste, bajo las apariencias de la alegría. ¡Sigue amándome! ¡Ámame incluso después de que me muera, para que me presente ante la Justicia Divina, rica en tu amor y tus plegarias, oh, mi Redentor!</span><br /><br />Finalmente, el 14 de noviembre de 1897, una bronquitis que se convirtió en pulmonía, cegó la vida de Giuseppina Verdi, la célebre Strepponi. Tenía ochenta y dos años de edad. Había convivido más de cincuenta con Verdi. Su amado “mago” la seguiría tres años después. Los restos de ambos reposan juntos en la cripta de la Casa di Riposo, una residencia para músicos ancianos fundada por el compositor, en las afueras de Milán. </p>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-72286009881834786412009-02-20T12:18:00.000-08:002009-02-20T12:19:04.720-08:00Malestar<div align="justify">Dicen —y creo que bien puede ser cierto— que no existe memoria del dolor ni del malestar físico. Por eso quiero dejar una constancia escrita de cómo me siento ahora. Para que luego, cuando esté sano, haya algo que me recuerde cómo es sentirse así de enfermo y pueda dar gracias a la vida por el hecho, simple y maravilloso, de sentirme bien.<br /><br />Ahora, ése no es el caso. Ahora me siento mal. Ahora me duele la garganta como si me hubiera tragado un alambre de púas y se hubiera quedado ahí, enroscado en mi faringe, clavándome sus espinas de metal cada vez que oso tragar saliva. Ahora me duele la espalda, me duelen los ojos, me duelen las piernas. Ahora siento que mi cabeza está llena de piedras, de piedras negras, densas y pesadas que ocupan todo el espacio disponible y no dejan circular el aire, ni la sangre ni nada. Ahora siento que ni todo el paracetamol ni todo el ácido acetilsalicílico del mundo serían suficientes para acallar los gritos de cada músculo de mi cuerpo, de cada centímetro de mi piel. Ahora tengo ganas de meterme a la cama, cerrar los ojos y ya no ver nada, ni sentir nada, ni saber nada. Nunca más. Ahora siento una sed insoportable que no puede ser saciada porque el solo pensar en deglutir cualquier líquido, y en el inevitable martirio que eso implicaría, me produce escalofríos. Aunque, de todas maneras, y además de todo, también tengo escalofríos.<br /><br />Ya sé lo que está usted pensando, saludable lector. Casi puedo ver su ceja levantada al leer esto. Que soy un exagerado. Que a todos nos ha dado gripa y todos hemos sobrevivido. Que no es para tanto. Y eso sólo confirma mi hipótesis inicial: el malestar físico no tiene memoria. </div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-57338304902970536642009-01-23T12:48:00.000-08:002009-01-23T12:51:11.436-08:00Boxeadores<div align="justify">Ok, reconozco que no sé absolutamente nada de boxeo (salvo que las reglas del deporte, tal como se practica hasta la actualidad, fueron creadas por el marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas “Bosie” y enemigo mortal de Oscar Wilde). Pero mi intuición me dice que los púgiles deberían tener apodos o sobrenombres que sirvan para infundir miedo o respeto a sus oponentes, como “el Gigante”, “el Demoledor”, “el Coloso”, "la Ametralladora", cosas así.<br /><br />Sin embargo, encuentro que algunos de los más famosos boxeadores mexicanos son conocidos de la siguiente manera: Ricardo “<em>Finito</em>” López, José “<em>Pipino</em>” Cuevas y —mi favorito personal— Humberto “<em>la Chiquita</em>” González.<br /><br />Estoy consciente de que los boxeadores mexicanos no se caracterizan por sus grandes dimensiones físicas, y que la mayoría están clasificados en categorías de peso pluma o mosca, pero… ¿¿¿<em>Finito</em>??? ¿¿¿<em>Pipino</em>??? ¿¿¿<em>la Chiquita</em>??? ¡Por Dios! ¿ A quién pretenden intimidar con esos apodos?<br /><br />No sé si debería sentirme indignado por esta muestra de baja autoestima por parte de los deportistas mexicanos, o si más bien debería admirarlos por este orgulloso y honesto reconocimiento de sus limitaciones físicas. Creo que no haré ni lo uno ni lo otro y me limitaré a reírme de estos apelativos tan jocosos que designan a nuestros heroicos combatientes.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-58887234165193763172009-01-14T16:59:00.000-08:002009-01-15T17:21:20.788-08:00Habanera a dos voces (Aviso publicitario)<div align="justify">La “Habanera” es un tipo de canción de ritmo lento y compás cuaternario que se puso de moda en Europa a mediados del siglo XIX. Es un tipo de música de “ida y vuelta”, creada por los colonos, marineros y comerciantes españoles que pasaron su juventud en Cuba —cuando ésta era todavía una colonia de España— y luego volvieron a la metrópoli, cargados de riquezas y de recuerdos de la isla caribeña. De regreso en la península, estas melodías de cadencias suavesque recuerdan tanto al ritmo del mar, se hicieron inmensamente populares. La Habanera más conocida, es, por supuesto, la que Bizet insertó en la célebre ópera <em>Carmen</em>. Dada la historia de este género musical, no es de extrañar que la sola palabra “habanera” evoque siempre, no sin algo de nostalgia, un ambiente de sensualidad, de luz del sol, de alegría, de calor caribeño o mediterráneo.<br /><br />Por eso “Habanera a dos voces” es el título ideal para el recital que va a presentarse el sábado 31 de enero, a las seis de la tarde, va a presentarse en la Sala Manuel María Ponce del Palacio de Bellas Artes. Sus intérpretes serán dos artistas excepcionales: la soprano Luz Angélica Uribe y el contratenor Héctor Sosa, que ya en varias ocasiones han unido sus talentos en el <em>Dueto Contravoce</em>. Esta vez canatrán acompañados, al piano, por el maestro Carlos Alberto Pecero.<br /><br />El programa, como sugiere su título, es sensual, lánguido, casi tropical, provocativo, voluptuoso, festivo, y algo nostálgico. Incluye canciones seductoras, románticas barcarolas, pegajosas tarantelas, de compositores como Henry Purcell (1659-1695), Gioachino Rossini (1782-1868), Charles Gounod (1818-1893), Gabriel Fauré (1845-1924) y Camille Saint-Saëns (1835-1921).<br /><br />Además, la pieza central —y la que le da nombre al recital— es una “habanera” compuesta ni más ni menos que por Pauline Viardot (1821-1910), la celebérrima mezzo-soprano del siglo XIX. Hija del famoso tenor español Manuel García, hermana de la diva María Malibrán y del influyente maestro de canto Manuel Vicente García, la Viardot fue una de las cantantes más exitosas de su época. Pero además (y esto es algo que muchos ignoran) fue una compositora prolífica y —como queda demostrado por su habanera— enormemente talentosa. Su obra es doblemente meritoria si se consideran las dificultades a las que tuvo que enfrentarse, siendo mujer, en el ámbito de la composición musical de su época.<br /><br />Además de las características ya mencionadas, las obras que componen el programa requieren un nivel de dominio técnico y de un virtuosismo vocal que pocos cantantes logran alcanzar. Por eso, poder escucharlo con dos voces tan especiales como las de Luz Angélica Uribe y Héctor Sosa, es una oportunidad que por ningún motivo debe dejarse pasar.<br /><br />Repito: el recital será el sábado 31 de enero a las 18:00 horas en la Sala Manuel María Ponce del Palacio de Bellas Artes. El boleto cuesta veinte miserables pesos (diez para estudiantes y maestros).</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-23663568740519025682009-01-09T11:55:00.000-08:002009-01-09T12:01:23.531-08:00Cacahuates japoneses<div align="justify">La semilla de la planta arachys hipogea que los aztecas bautizaron como “cacahaute” y los tainos como “maní” es, obviamente, un producto de origen americano. A diferencia de lo ocurrido con la papa, el cacao o el tomate, el cachuate no fue apreciado en su justo valor por los conquistadores europeos. De hecho, en las famosas juntas de Valladolid celebradas en 1550 con el objeto de determinar si los nativos americanos tenían o no alma (y, lo que era más importante, si podían o no ser esclavizados) se usó como argumento para probar su naturaleza animal el hecho de que comieran ese repulsivo alimento, claramente no creado por la Providencia para consumo humano. Para demostrar lo contrario, y haciendo acopio de gran valentía, el gran defensor de los indígenas, Fray Bartolomé de Las Casas extrajo de su bolso uno de estos frutos, le quitó su áspera corteza y, ante el escándalo y la repugnancia de los teólogos y filósofos ahí reunidos, se lo metió a la boca, lo masticó e incluso lo deglutió. Hasta la fecha, el maní no ha logrado conquistar el gusto del Viejo Continente: de hecho, es prácticamente imposible conseguir una lata de crema de cacachuate en algún supermercado europeo.<br /><br />Francamente, no puedo entender la razón de esta discriminación: el cacahuate no me parece en modo alguno inferior a cualquiera de sus parientes más populares en el mundo, como la nuez, la avellana o la almendra.<br /><br />Dicho lo anterior, hay que aclarar que los llamados “cacahuates japoneses” no son tales, sino que fueron inventados en México. (Para muchos, esto debe ser un hecho obvio, pero cuando yo lo descubrí me causó una inmensa sorpresa).<br /><br />La historia es la siguiente: En 1945 un inmigrante japonés llamado Yoshigei Nakatani tuvo la brillante idea de recubrir los cacachuates con una mezcla a base de salsa de soya que, al secarse, adquiere una consistencia crocante. Nakatami elaboraba su genial invento en un taller del mercado de la Merced y desde ahí salía, empujando una carretilla o “diablito” distribuyendo el producto a varios mayoristas del mercado y la Central de Abastos.<br /><br />En 1975, dado el enorme éxito que para entonces había adquirido esta botana, Armando Nakatami, (hijo del señor Nakatami) no tan creativo como su padre, pero con mejor ojo para los negocios, tuvo la idea de registrar la marca del producto con el nombre de Nipón y así poder empaquetarlo en bolsitas de plástico y venderlo directamente a los consumidores. Fue así como muchos de nosotros probamos por primera vez esta deliciosa y crujiente golosina, verdadero homenaje al multiculturalismo y a la unión entre los pueblos.<br /><br />Sin embargo, desgraciadamente (y es que hasta el pobre e inocente cacachuate japonés tiene algo de tragedia en su historia) a ningún miembro de la familia Nakatami se le ocurrió patentar el nombre del producto ni —lo que es peor— su receta. Al darse cuenta de esta omisión, hacia 1980, otras empresas empezaron a fabricar sus propios cacahuates japoneses. Las leyes del mercado son inflexibles: las grandes transnacionales pudieron producir y distribuir sus cacahuates con mucha mayor eficiencia y con mucho menores costos que la humilde empresa Nipón, la cual fue incapaz de competir con gigantes botaneros como Sabritas y Barcel. Así, a pesar de ser los descendientes directos del creador del cacahuate japonés, los propietarios de Nipón están a punto de declarar su empresa en quiebra.<br /><br />La Globalización, como la Fortuna, es una diosa caprichosa.<br /><br />Lo curioso es que, hasta la fecha, la fórmula del cacahuate japonés no ha sido patentada. Así que cualquier día de estos, algún listo va, la patenta a su nombre y se hace millonario. (Si ese listo resulta ser alguno de mis lectores, espero que me pase una comisión por darle la idea)</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-5628042297884806622009-01-09T09:49:00.000-08:002009-01-09T10:27:01.502-08:00Für Elise<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgF6G03UsK-taHhXPhue6U_6c0uqzEaC-6xTEzYRCl4VIPaGb1MAeGdMXjuNfn8-L_Fw5mAQ5BEK0UWFgpNDnHoezdD7xFz1yCLLPWM-ZVEwii2t0QrsELAGhoxksNUOcWvL3f6MKarV48/s1600-h/para+elisa.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5289353026518761458" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 213px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgF6G03UsK-taHhXPhue6U_6c0uqzEaC-6xTEzYRCl4VIPaGb1MAeGdMXjuNfn8-L_Fw5mAQ5BEK0UWFgpNDnHoezdD7xFz1yCLLPWM-ZVEwii2t0QrsELAGhoxksNUOcWvL3f6MKarV48/s320/para+elisa.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Ayer marcharon por las calles del centro de Saltillo aproximadamente cuatrocientas personas, cada una llevando una vela encendida en la mano, para protestar y exigir justicia por la muerte de la cocinera regiomontana (los medios insisten en llamarla “la joven <em>chef</em>”, aunque, hasta donde yo sé, no era jefa de cocina de ningún restaurante) Elisa Loyo, ocurrida en un hotel de Filipinas el pasado 26 de diciembre. La manifestación se denominó “Justicia para Elisa”<br /><br />La lacrimógena reseña de <em>El Siglo de Torreón</em> dice así: “En punto de las 6:30 de la tarde inició la marcha en un silencio que conmovió a todos los asistentes, algunos curiosos salían de los locales comerciales y se iban uniendo en el recorrido, la marcha culminó en la Plaza de Armas, donde todos se unieron en un solo canto, en oración y recordaron con 26 campanadas que Elisa hubiera cumplido ayer 26 años. Su hermana Cecy [sic] interpretó a piano el tema <em>Para Elisa</em> de Beethoven, además su prima hizo una reseña y su mejor amiga compartió una emotiva carta que le escribió.”<br /><br />Que quede claro: no me parece mal que los familiares y amigos de la señorita Loyo demuestren así su dolor y su rabia por la ineficacia de las autoridades filipinas para resolver el crimen. Lo que me resulta pasmoso es que el asesinato de una sola persona haya provocado una manifestación de cuatrocientas, mientras que la masacre de setecientos sesenta y ocho (y contando) hombres, mujeres y niños palestinos en Gaza no haya provocado —hasta donde yo estoy enterado— ni una triste marcha en ninguna ciudad del país. ¿Por qué para ellos no se han prendido velas? ¿Por qué no han sonado las campanas de ninguna iglesia por cada uno de los años de las víctimas que, en conjunto, deben sumar varios milenios? ¿Que no merecen, ellos también, justicia? ¿Acaso a nadie le causa indignación la tibia respuesta del gobierno mexicano como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas?<br /><br />Según mis cuentas (muy probablemente erradas, dada mi conocida estupidez aritmética), si por cada una de las víctimas de los ataques israelíes en Gaza salieran a la calle cuatrocientas personas, se formaría un contingente de 307,200 manifestantes. Cantidad que ya puede ser calificada de multitudinaria.<br /><br />Claro los palestinos de Gaza no murieron, como Elisa, en “circunstancias sospechosas” Más bien fueron claras, dolorosamente claras. (Nadie ha sostenido que se trató de un suicido colectivo). Tampoco es probable que ninguno de ellos tuviera estudios culinarios en una prestigiosa escuela canadiense ni un porvenir prometedor en el mundo de la hotelería internacional. Lo que sí es cierto es que muchos de ellos eran también jóvenes, varios mucho más jóvenes que nuestra Elisita. Por último, creo que ninguno de ellos tenía amigos, primos o hermanas que toquen <em>Para Elisa</em> en Saltillo ni en ninguna otra ciudad mexicana. Pero aún así, ¿no podemos sentir ni una poco de indignación por tanta muerte absurda, por tanto dolor deliberadamente infringido en personas inocentes, por el simple hecho de que no conocemos personalmente a ninguna de las víctimas? ¿No podemos condolernos del sufrimiento de los mutilados, de las viudas, de los huérfanos, sencillamente porque no son mexicanos? ¿Somos incapaces de sentir la impotencia, la miseria, el horror ajenos? No sé sí nos falta generosidad, o simplemente nos falta imaginación, lo cual sería todavía más triste.<br /><br />Si alguien sabe de una manifestación en protesta por los bombardeos y ataques terrestres a la franja de Gaza, por favor avíseme. Yo no sé tocar <em>Para Elisa</em> (y, para el caso, tampoco ninguna otra melodía, como no sea<em> Los Changuitos)</em>, pero sí puedo salir a la calle, sí puedo marchar, sí puedo lanzarle zapatos a la embajada americana, sí puedo mentarle la madre al ministro Ehud Olmert (el pendejo que aseguró que iba a tratar “con mano de hierro al terrorismo y con guante de seda a la población civil”). Y sí, también puedo llorar. </div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-85968159051669812782009-01-07T10:06:00.000-08:002009-01-07T10:24:30.045-08:00Confesión<p align="justify">En general he dedicado este blog a señalar defectos ajenos ya criticar a diversas personas e instituciones: desde Puccini hasta la Comisión Nacional del Agua, desde los diminutivos hasta la Iglesia Católica, pasando por Karita Mattila, El Colegio de México y un largo etcétera. Pero hoy me propongo hacer algo diferente, para variar, y hablar de mis propias faltas y culpas.<br /><br />Tal vez esta iniciativa, tan claramente perjudicial para mi reputación, tan cercana a un suicidio de mi autoestima, se deba al espíritu de reflexión e introspección que predomina en esta época en que termina diciembre de un año y empieza enero del siguiente (se cierran ciclos, dirían algunos cursis); tal vez sea resultado de mi formación católica, según la cual para expiar los pecados hay que confesarlos; o tal vez, simplemente, se deba a que mi psicoanalista está de vacaciones y necesito descargar mi conciencia como medida de higiene mental.<br /><br />Es importante aclarar que no me siento en ninguna medida orgulloso de los pecados que voy a confesar a continuación: estoy plenamente consiente de que son faltas graves contra la dignidad humana, el medio ambiente o el buen gusto. Por ello pido perdón con toda humildad, con toda vergüenza y con la esperanza de no caer de la gracia de mis lectores.</p><p align="justify">Ahí les voy. Ave María Purísima. Sin pecado concebida…<br /></p><ul><li><div align="justify">Confieso que cuando alguien me pregunta si he leído un libro trascendental para la cultura universal como “La guerra y la paz” o “En busca del tiempo perdido”, invariablemente respondo que sí, aunque muy rara vez sea cierto.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que nunca me han gustado las películas de David Lynch.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que me preocupan más los avatares de la carrera de Britney Spears que la crisis financiera internacional.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que si se me acerca un voluntario de Greenpeace o de Amnistía Internacional para hacer propaganda o pedirme apoyo, procuro evadirlo o de plano esconderme.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que si el voluntario en cuestión es guapo, NO procuro evadirlo ni mucho menos esconderme.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que compré el primer disco de Ricardo Arjona (el que traía la canción de “Mujeres”), pero ni siquiera entonces me gustó.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que no sé cómo se llama ni de que partido es mi delegado, ni mi diputado local, ni mi senador correspondiente, y que no tengo la menor intención de averiguarlo.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que Juan Soler me parece gua-pí-si-mo.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que no entiendo la poesía de Octavo Paz.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que compro discos y películas piratas al por mayor, y que me produce una inmensa alegría constatar todo el dinero que ahorro en cada compra.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que no tengo ni la más remota idea de qué significa “correr una regresión”.</div></li><li><div align="justify">Confieso que me parecen graciosísimos los videos en los que golpean a las botargas del Dr. Simi. Ya sé que hay un pobre individuo adentro de la botarga, y que no debe pasarla nada bien con la golpiza, pero aun así me da una risa loca. (Si alguno de mis lectores comparte esta sádica afición, les recomiendo que consulten la gran variedad de videos disponibles en Youtube).</div></li></ul><ul><li>Confieso que no sé cuando se escibe"aún" y cuando "aun"<br /> </li><li><div align="justify">Confieso que ya leí toda la saga de “Crepúsculo” (o como se llamen las novelas de vampiros adolescentes de Stephanie Meyer). Y, lo que es peor, confieso que los disfruté bastante.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que no he hecho absolutamente nada por detener el calentamiento global.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que me gusta burlarme de los Testigos de Jehová diciéndoles cosas como: “ahorita estoy algo ocupado, pero en cuanto acabe la orgía te atiendo (aquí le echo al misionero en cuestión una mirada de lujuria y le pongo la mano en el brazo) …o mejor pásale y cuando terminemos platicamos” <br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que miento mucho cuando me confieso.</div></li></ul><ul><li><div align="justify">Confieso que me encantan los musicales de Broadway.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso ser totalmente intolerante a la estupidez, a la crueldad, a la mezquindad, a la hipocresía, a pesar de que –como se demuestra en esta misma confesión- soy muy proclive a todos estos defectos.<br /> </div></li><li><div align="justify">Confieso que nunca confesaría en un blog mis pecados realmente graves.</div></li></ul><p align="justify">Les suplico a mis siempre comprensivos lectores que sean indulgentes, que piensen en las faltas que han cometido y que las compartan conmigo (y con los demás lectores) mediante sus amables comentarios. Yo prometo absolverlos, sin necesidad de penitencia.</p>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-39862901424344139352008-12-03T11:06:00.000-08:002008-12-03T17:04:24.552-08:00Prejuicios<div align="right"><em><span style="font-size:85%;">"Los japoneses son una raza cruel"</span></em></div><div align="right"><em><span style="font-size:85%;">La mamá de Bridget Jones</span></em></div><div align="right"><em><span style="font-size:85%;">.</span></em></div><div align="justify">La forma en que los humanos percibimos el mundo se basa, en gran medida, en prejuicios, supersticiones, fobias y presunciones que nada tienen que ver con la evidencia empírica ni con proceso racional alguno. Y me temo que yo no soy la excepción. Lo confieso humildemente: soy un verdadero saco de prejuicios. Así, por ejemplo, siempre he estado convencido de que no me gustan las óperas de Wagner, a pesar de que nunca he visto una completa. (Cuando tenía doce años, y todavía no se instauraba la costumbre de poner supertitulaje en los teatros de ópera, me llevaron a ver <em>De Vliegende Hollander</em>, pero me temo que pasé la mayor parte de la función durmiendo a pierna suelta).<br /><br />Otro de mis prejuicios más fuertes va dirigido contra una nación entera: los japoneses. Y no es que me parezcan inferiores ni racial ni moralmente, sino que, por lo poco que conozco de ese remoto archipiélago, he llegado a convencerme de que su cultura es tan radicalmente diferente a la nuestra, tan absolutamente ajena a mí, que no puede haber nada en común, ningún punto de entendimiento entre ellos y yo. Esta convicción no sólo no está apoyada por ninguna evidencia sino que, de hecho, hay bastante evidencia que la contradice: adoro el <em>sushi</em>, el <em>sake</em> y el <em>sukiyaki</em>; encuentro preciosos los jardines nipones y los <em>kanjis</em> me parecen una forma de lo más estética de expresarse. Pero bueno, si los prejuicios fueran lógicos o racionales, dejarían de ser prejuicios.<br /><br />Fue esto lo que me hizo postergar la lectura de un libro que, pese a las excelentes críticas que había oído al respecto, dejé reposar sobre mi mesa por meses, cubriéndose por una fina capa de polvo. Era la novela <em>Tokio blues</em> (o <em>Norwegian Wood</em>) de Haruki Murakami (publicada en castellano por Tusquets). Sin embargo, hace unos días, en un ataque de valor desacostumbrado en mí, decidí rebelarme contra mi fobia anti-nipona e hincarle el diente a la novelita.<br /><br />La novela comienza cuando el narrador, al aterrizar en un aeropuerto en Alemania, escucha una versión instrumental de <em>Norwegian Word</em> de los Beatles y la melodía (como la famosa magdalena remojada en té de <em>En busca del tiempo perdido</em> de Proust) lo remonta a su juventud: específicamente, al Tokio de 1969, donde se desarrolla casi toda la acción.<br /><br />No voy a hacer aquí otra reseña. Éste no pretende ser un blog de crítica literaria. Sólo diré que el libro me gustó bastante y que, aunque el personaje central se llama Watanabe, y no Juan ni Pedro, fui capaz de identificarme con él, de simpatizar con sus desgracias y de emocionarme con sus triunfos. Como a él, a mi también me conmueven las canciones de los Beatles. Comprobé que, aparte de algunas costumbres que sí me resultaron muy extrañas, los japoneses piensan, actúan, sienten y aman esencialmente igual que el resto de los seres humanos. Hay cosas —como el amor, los celos, la muerte o los Beatles— que son universales. La única diferencia cultural profunda que pude detectar fue una tendencia un tanto más elevada hacia el suicidio: en la novela hay cuatro personajes que se quitan la vida (eso sin contar los intentos fallidos).<br /><br />Fue, como diría una amiga mía, un gran “ejercicio de empatía”.<br /><br />Por eso le recomiendo, amable lector, que escoja alguno de sus prejuicios (no se haga: yo sé que tienen varios) y lo confronte con la realidad: vea una película que siempre le haya dado flojera, oiga un tipo de música que nunca le haya llamado la atención, visite un lugar que siempre le haya caído gordo, y compruebe si sus ideas preconcebidas resultan ser correctas. Lo más probable es que la película, efectivamente, resulte un bodrio; que la música sea pésima y que el lugar, como usted bien había supuesto, esté lleno de gente odiosa. Sin embargo —admítalo— existe una pequeña posibilidad de que no sea así. Creo que vale la pena correr el riesgo.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-48204096014792634702008-11-27T15:08:00.000-08:002008-11-27T15:51:18.477-08:00Conversación en La Catedral<div align="justify">OK. Reconozco que escribir la reseña de un libro cuarenta años después de su publicación es una mala idea, o por lo menos inoportuna. Sin embargo, aunque <em>Conversación en La Catedral</em> de Mario Vargas Llosa fue publicada en 1969, yo apenas la acabo de leer, por lo que no pude haber escrito esta entrega antes…<br /><br />Antes de empezar a leerla puede uno notar que es una novela enorme, gigantesca, realmente catedralicia. Y es que, como el propio Vargas Llosa declarado en repetidas ocasiones “las grandes novelas suelen ser novelas grandes”. Yo estoy de acuerdo con esta premisa: cuando una novela es buena, uno no quiere que termine nunca, quiere que dure. Por eso creo que ese elemento puramente numérico, de cantidad, en la novela es un aspecto central de la cualidad.<br /><br />Lo primero que uno lee, apenas al abrir el libro (o, mejor dicho el primero de los libros, porque en la mayoría de las ediciones, incluyendo la que leí yo, viene en dos tomos) es una epígrafe sacada de la novela <em>Pequeñas miserias de la vida conyugal</em> de Balzac (otro que, como Vargas Llosa y como yo, creía que las grandes novelas deben ser novelas grandes) y dice así: «Il <em>faut avoir fouillé toute la vie sociale pour être un vrai romancier, vu que le roman est l'histoire privée des nations</em>.» Es decir, hay que hojear toda la vida social para ser un verdadero novelista, dado que la novela es la historia privada de las naciones. Y eso es lo que hace Vargas Llosa en su Conversación: una historia privada del Perú.<br /><br /><em>Conversación en La Catedral</em> es una obra de gran complejidad narrativa, que se sustenta en un impresionante artificio de recursos técnicos, en donde dos o más diálogos entre oersonajes diferentes y entiempos diversos se entrecruzan constantemente. Es pues una novela de lectura difícil, que requiere un esfuerzo constante por parte del lector para ir tejiendo los hilos que componen la trama. Pero, a pesar de su complejidad (o quizá gracias a ella) la novela se va haciendo apasionante, adictiva. Y así, cualquier receso en su lectura produce en un síndrome de abstinencia que lo impulsa a uno a seguir leyendo.<br /><br />En un intento por sintetizar lo insintetizable, diré que se va desenvolviendo a partir de una conversación entre un periodista frustrado, Santiago Zavala, “Zavalita” y Ambrosio, un antiguo chofer y guardaespaldas de su padre, a quien encontró de casualidad en la perrera adonde ha ido a rescatar a su mascota. Esta conversación madre, que no tiene lugar en ninguna iglesia, sino en una cervecería limeña de mala muerte llamada “La Catedral” dura varias horas, y es madre porque de ella, atraídas por ella, surgen otras conversaciones, otros diálogos, que corresponden a distintos momentos de las vidas de Zavalita o del guardaespaldas, y que van reconstruyendo, de manera fragmentada y como en un contrapunto, la vida del Perú durante los ocho años de la dictadura de Manuel Odría (1948-1956).<br /><br />En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, la prensa censurada, había numerosos presos políticos y centenares de exiliados, los peruanos de la generación de Vargas Llosa pasaron de niños a jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera. Ese clima de cinismo, apatía, resignación y podredumbre moral del Perú del ochenio, es la materia prima de la novela, que recrea, con las libertades que son privilegio de la ficción, la historia política y social de aquellos años sombríos.<br /><br />La conversación —y toda la novela— tienen como objetivo responder a dos preguntas que Zavalita se hace a sí mismo en las primeras páginas: ¿Cuándo se jodió el Perú? ¿Cuándo te jodiste tú? Así, <em>Conversación en La Catedral</em> es la crónica de un fracaso doble: el fracaso individual de sus personajes y el fracaso colectivo de la sociedad peruana.<br /><br />Aunque hay algunos optimistas (entre otros el propio Vargas Llosa) que aseguran que Perú está entrando a la era de la democracia, que se acabaron los gobiernos dictatoriales y los ciudadanos apáticos o cínicos, que no hay tanto racismo ni tanta estratificación social como antes, lo cierto es —y para comprobarlo basta leer los periódicos, hablar con algún peruano o simplemente ver un programa de <em>Laura en América</em>— que el triste panorama retratado en <em>Conversación en La Catedral</em> sigue tan vigente hoy en Perú, y en toda América Latina, como el día en que fue escrita.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-55463142813682810412008-11-26T16:26:00.000-08:002008-11-26T16:28:01.813-08:00El desamor<div align="justify">El desamor escuece. Tengo un amigo que, después de cuatro intensos meses de relación, terminó con su pareja este sábado. Lo vi el domingo, con los ojos hinchados por el llanto, aplastado por la gravedad de la vida: es notable lo que aumenta el peso de la existencia cuando el desamor te ha hincado el diente. Si tu amado no te ama, si tu amada te ignora, el futuro te parece gris como una tarde de tormenta. Días interminables, meses aburridísimos, una vida sin enjundia ni sentido. Porque el amor es una droga, y todo drogadicto cree que no puede sobrevivir sin la sustancia de la que está enganchado. Por eso a mi amigo se le había apagado el mundo aquél día funesto: nada existe, nada palpita, nada brilla si no te miran los ojos que quieres que te miren de la manera en que quieres ser mirado.<br /><br />El desamor abrasa. Sobre todo al principio. Sobre todo si tienes veinte años. Sobre todo si tienes una naturaleza sensible. Porque entonces te llegas a creer que tus pasiones son verdaderas fuerzas de la naturaleza, tan ajenas a tu voluntad, inmensas e inmutables como los oscuros planetas que cruzan con lentitud el arco del cielo. Y así, cuando estás enamorado, crees que tu amado (o tu amada) es irremplazable. Que no hay otro ser en el mundo tan maravilloso o tan atractivo. Que nunca podrás amar a nadie de ese modo.<br /><br />Luego pasan los años, las parejas, los enamoramientos fulminantes, los desencantos. Se te va poblando la memoria de pasiones apagadas y aprendes a relativizar tus sentimientos: sabes, por ejemplo, que el amor que estás perdiendo no es el único y que tal vez ni siquiera es amor. Pero aun así, el desamor escuece: el dolor está en su naturaleza, es corrosivo. Tiene, como la lejía, un ardor frío.<br /><br />Y así, esperas esa llamada telefónica que nunca llega y te enojas. Esperas esa palabra justa que el otro no pronuncia y te desesperas. Esperas un milagro final: que él (o ella) se comporte de una manera distinta a como siempre es, o lo que es lo mismo, que sea otro. Pero él (o ella) suele manifestar una mezquina y empecinada tendencia a seguir siendo como es y a no convertirse en el amante ideal que uno espera que uno busca y desea. Y entonces uno se deprime, se fastidia, se acongoja y se abruma. Te duelen las yemas de los dedos del ansia de tocar, no ya el cuerpo esquivo de tu amado, sino más bien su alma, porque quieres atrapar ese espejismo de amor que se te escapa. Pero es como atrapar una voluta de humo en una jaula; cuando el desamor te hincado el diente, suele comerte entero. Eso también se aprende con los años.<br /><br />El domingo quise decirle a mi amigo tan sensible y tan triste que, con el tiempo, el mundo vuelve a pintarse de colores y a recobrar su brillo. Pero no abrí la boca, porque pensé que me daría la razón como se la daría a un loco y que su corazón no me creería. Pude decirle también que hay un desamor más cruel y doloroso que el de que te dejen de querer: cuando sientes que la luz de la pasión se va apagando lenta e inexorablemente, que la hoguera se convierte en brasa y que tarde o temprano no será sino ceniza. Amaste, lo sabes porque la memoria te lo dice, pero tus sentimientos no lo recuerdan. Miras las fotos de los primeros días de tu romance y no te reconoces en esa sonrisa, en esa emoción de sentirse juntos, en esa intensidad de adorarse. ¿De verdad te palpitaba el corazón, te sudaban las manos, perdías el aliento cuando lo veías o la veías? Donde ayer había el resplandor del sol, hoy no queda más que un polvillo grisáceo.<br /><br />Quizá han vivido juntos durante años, quizá tienes hijos con él o has comprado una casa con ella. Lo quieres como se quiere a la familia, con un cariño acostumbrado. Pero en algún punto de ese camino que han recorrido juntos tú has perdido el contacto con el otro. La mayoría de las veces, no es cuestión de culpas, sino de desencuentros; ella dejó de ser la esposa que soñaste, él ya no encarna a tu pareja ideal. O más bien es cosa tuya: eres tú quien ha dejado de poner en el otro la ilusión del amor. Los pequeños rencores, las pequeñas peleas, las soledades medianas y los grandes malentendidos: toda esa basurita que te echa encima, en suma, la abrasadora convivencia puede marchitar en ti el enamoramiento que antes sentías. Y es que, el amor, aunque mi despechado amigo lo vea ahora como un incendio devastador, es a veces una llamita débil y delicada que hay que cuidar con mucho esmero para que no se apague.<br /><br />Duele el desamor, pues, tanto si no te aman como si tú no amas. Pero cuando aprieta el desaliento y arde la despellejada piel del alma con un desamor reciente, conviene pensar en alguna s consideraciones que también pude hacerle a mi amigo y no le hice. Primero: que en todas las rupturas se aprende algo. Segundo: que el amor no está en el otro, sino en ti mismo: si alguna vez amaste, lo más probable es que lo vuelvas hacer… y siendo más sabio. Y tercero: que uno no puede pasar por la vida sin mancharse y sin herirse, y que todo lo importante tiene un precio; y así, el dolor del desamor es el precio de tu capacidad de amar y de esa intensidad gloriosa, vida pura, que la pasión te ofrece. Y, aunque mi amigo no lo crea, es una ganga.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-68000025699214289902008-11-26T10:03:00.000-08:002008-11-26T10:14:20.276-08:00¿Es en serio?<div align="justify">Lo vi hoy en el periódico. Está ahí, descarado y amarillo, ocupando buena parte de la página 26. Es un anuncio de Grupo Profuturo, una especie de entidad financiera que se dedica a administrar fondos de inversión, afores, pensiones, etc. (Quizá hayan visto alguno de sus comerciales en la televisión o en el cine: son esos en los que un joven claramente oligofrénico discute con su padre, quien parece ser todavía más estúpido que el hijo, sobre el coche que quiere comprar, la universidad a la que planea asistir y el departamento en el que piensa vivir cuando se gradúe.)<br /><br />Pero este anuncio en particular, el que aparece publicado, descarado y amarillo, en la página 26 del periódico de hoy, es todavía más sorprendente. No es ni siquiera un anuncio. Es un horóscopo. En realidad, tampoco es realmente un horóscopo, propiamente dicho. Es sólo un catálogo de signos zodiacales, para cada uno de los cuales se da una serie de números asociados con determinados atributos. Así, por ejemplo, a mí que soy Géminis, se me informa que mi número de la suerte es el 17, mi número del amor es el 20, mi número del dinero es 18 y mi número de la salud es —otra vez— 20.<br /><br />¿Es en serio? ¿De verdad quieren dar a entender que los ejecutivos que pretenden administrar nuestros ahorros creen que de alguna manera la posición de las constelaciones con respecto a la Tierra en el momento de nuestro nacimiento determina nuestro futuro? Si es así ¿le pedirán a sus clientes que les proporcionen su signo zodiacal y su ascendente, para así poder invertir en lo que más les convenga? ¿tomarán en cuenta la posición de Mercurio al momento de comprar o vender acciones? Y el horóscopo chino ¿a ese no lo toman en cuenta? (por cierto, yo en ese soy cabra, de tierra para mayor referencia) ¿Y el horóscopo maya? (en ese soy serpiente, creo) ¿acaso éstos les parecen de algún modo menos científicos que el zodiaco griego?<br /><br />Reconozco que yo no entiendo nada de finanzas y es muy posible que esté equivocado, pero, la verdad, esta propaganda no me inspira mucha confianza que digamos. Lo que me preocupa es que los encargados de diseñar las campañas publicitarias de Profuturo —que seguramente son expertos en mercadotecnia y publicidad, graduados de prestigiosas universidades americanas— consideraron que, por alguna razón, la referencia astrológica sería una gran idea para atraer clientes potenciales. Pero lo que me preocupa todavía más es que probablemente tengan razón y, efectivamente, el honrado pueblo mexicano acuda en manada a depositar su dinero en manos de estas personas que dicen ser capaces de desentrañar los inefables secretos de las estrellas y de la bolsa de valores.<br /><br />Por si las dudas, hoy trataré de comprar un boleto de lotería que termine en 17. Lo que va a ser un poquito más complicado será enamorarme de 20 personas, retirar 18 pesos del cajero o tomarme 20 vitaminas diferentes. En fin, se hará lo que se pueda…</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-88687724726376650042008-11-25T11:07:00.000-08:002008-11-26T09:21:18.384-08:00Disculpa pública<div align="justify">Yo sé que a la mayoría de los amables lectores de este blog no les entusiasma particularmente el tema de la ópera ni sienten particular interés por las entregas que versan sobre este tema. Sin embargo, a riesgo de provocar el tedio de más de uno, hoy me siento obligado a escribir, una vez más, sobre esto.<br /><br />Hace poco más de un mes escribí en este blog una entrada dedicada a la ópera <em>Edgar</em> de Giacomo Puccini y dije que pronto se efectuaría su estreno en México por parte de la Compañía Nacional de Ópera. Y así fue. El jueves de la semana pasada se representó por primera vez en nuestro país, en la Sala Nezahualcóyotl, en versión de concierto. Yo asistí a la función, entre otras cosas, porque estaba ansioso de ver las notas que había escrito al respecto impresas en el programa de mano.<br /><br />Dije también, en la referida entrega, que <em>Edgar</em> era una ópera francamente pobre e incluso tuve la audacia de titularla “Sobre <em>Edgar</em> o la mediocridad”. Y sobre eso es que quiero publicar ahora una rectificación: si bien es cierto que el libreto es embrollado y poco creíble, que la “ópera en atril” es una forma muy poco afortunada de apreciar una obra tan llena de acción como ésta, y que la interpretación de los tres solistas principales dejó mucho que desear, la música me pareció deslumbrante. Desde las primeras notas, que evocan la dulzura y la placidez de la vida en una aldea de Flandes hasta el impresionante final, cargado de dramatismo y de violencia.<br /><br />Le ofrezco una disculpa, Don Giacomo.<br /><br />Pero no soy yo sólo quien debería disculparse con Puccini o, mejor dicho, con su Edgar. Es el público en general. Y es que, a pesar de la popularidad del compositor, la noche del jueves, la Sala Neza estaba lastimosamente vacía. (Debo decir que entre los pocos asistentes se encontraba el actor John Malkovich, a quien no puede evitar pedirle una autógrafo). Desde el punto de vista de la taquilla, su estreno en México fue un fracaso rotundo, como lo fueran, hace poco más de un siglo los estrenos en Milán, en Ferrara, en Madrid y en Buenos Aires.<br /><br />Sospecho que, en este caso, el desaire del público mexicano se debió a circunstancias completamente ajenas a <em>Edgar</em>: esa misma noche se estrenó en el Teatro Iris una ópera sobre Santa Anna con libreto de Carlos Fuentes y en el Auditorio Nacional se montó una superproducción internacional de la siempre taquillera <em>Carmina Burana</em>. Se diría que la ópera tiene una maldición, una <em>jettatura</em>, como dirían los italianos, que son expertos en ópera y en supersticiones. Seguramente, en sus representaciones anteriores, también hubo elementos, independientes a la calidad de la obra, que provocaron su fracaso (algún otro evento cultural o social que atrajera más al público o el sabotaje deliberado por parte de enemigos del compositor, del teatro o de los cantantes).<br /><br />El caso es que, a pesar de la excelente factura de la partitura, de la imponente orquestación, de las conmovedoras melodías, el pobre Edgar siempre ha sido un fracaso. Y me temo que, a los ciento veinte años, ya no tiene grandes posibilidades de recuperarse. </div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-71845070665354987702008-11-21T11:03:00.000-08:002008-11-21T11:24:21.115-08:00El frío y el miedo<div align="right"><em><span style="font-size:85%;">Entrega dedicada a la memoria de la gran Anabel Ochoa, q.e.p.d.</span></em></div><br /><div align="justify">En la entrega anterior dije que pertenecía al grupo de personas para las cuales irse a la cama significa refugiarse en un lugar calentito y seguro, en el que nos sentimos protegidos de todo mal. Sin embargo, en mi caso, el lecho empieza a perder su magia tranquilizadora en esas grisáceas horas de la madrugada, cuando el aire se siente más frío y la luz del sol empieza a insinuarse, tímida, insegura, en el horizonte. A esas horas, si tengo la desgracia de encontrarme despierto, o peor aun, semidespierto, suelo sentir una ansiedad física que ya pertenece al mundo de lo despierto pero que conserva un cierto sabor a pesadilla, un horror indefinido, un miedo verde y pegajoso que se me adhiere a la piel y que no se despega hasta que, llegado el momento, me lo limpio con el agua caliente de la regadera.<br /><br />Y es que, en el mapa de percepciones de mi cerebro, el miedo y el frío ocupan posiciones contiguas, y la frontera entre ambos a veces se desdibuja. Por eso en las heladas madrugadas de esta temporada (tengo entendido que ayer amanecimos a 0°C) me encuentro a mí mismo tiritando con una sensación que, si no es miedo, se le parece mucho.<br /><br />Ya sé que, en la cabecera misma de este humilde blog, digo que en las mañanas, cuando estoy a la mitad del proceso de despertar, en esa tierra de nadie entre el sueño y la vigilia, cuando el mundo es todavía una imagen borrosa y la almohada es el elemento más importante del universo, surgen en mi mente una serie de ideas que en su momento me parecen brillantes. Pero la verdad es que también a esa hora de duermevela, cuando estoy particularmente vulnerable, se me escapan los monstruos y los demonios que, durante el resto del día, mantengo encerrados en una recóndita mazmorra de mi mente.<br /><br />Me pregunto si esos terrores matinales son comunes y sí existe alguna solución para ellos. ¿Ansiolíticos, quizá? ¿Psicoanálisis? ¿O tal vez, simplemente, una cobija extra y/o un calentador eléctrico?</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-10212469559452191702008-11-18T16:03:00.000-08:002008-11-18T16:55:17.050-08:00Bibliofilia<div align="justify">Según la escritora japonesa Sei Shonagon, el olor de una página en blanco es como el aroma de la piel de un nuevo amante que hace una visita sorpresa en un jardín lluvioso. La figura me parece hermosísima. Sin embargo, para mi, lo que huele como la piel de un amante nuevo no es una página en blanco, sino una página escrita —o más bien, cientos de páginas escritas y pegadas una tras otra formando un libro. Un papel en blanco huele a bebé, a promesa, a posibilidades; en cambio, un libro terminado huele a lo que huele un ser humano hecho y derecho.<br /><br />Tal vez por eso me emociona tanto comprar un libro nuevo cuando éste promete ser bueno; por eso encuentro un placer francamente erótico al desnudarlo de su envoltura de celofán; por eso me gusta acariciar sus páginas tatuadas de letras; por eso es que, normalmente, no puedo esperar a salir de la librería para leer las primeras líneas. También a eso debe deberse el amargo sabor a despedida que siento en la boca, dos o tres días después, y si el libro cumplió con lo prometido, cuando leo las últimas palabras.<br /><br />Tuve una de estas experiencias erótico-literarias con un libro que compré apenas ayer, en el Péndulo de la Condesa y que terminé hace unas horas. Lo encontré ahí solito, esperándome, seduciéndome. Y no es que su cubierta me gustara particualrmente. De hecho, me desagradó bastante (es rojo chillante y tiene dibujada una lagartija). Lo que me emocionó fue saber que lo había escrito Rosa Montero, que es sin duda una de mis autores actuales favoritos, (¿una de mis autores actuales favoritos? creo que me hice bolas con los géneros en esta frase… pero me rehúso a solucionar el problema usando @ en vez de a u o). Además, me gustó su título, nada modesto, por cierto: <em>Instrucciones para salvar el mundo</em>.<br /><br />Como es mi costumbre, apenas salí de la tienda, lo saqué de su crepitante bolsa de papel, rasgué con impaciencia, pero también con infinita ternura, el celofán que lo envolvía, lo abrí, aspiré el aroma embriagador del papel-piel y empecé a leer:<br /><br /><em><span style="font-family:times new roman;">La Humanidad se divide entre aquellos que disfrutan metiéndose en la cama por las noches y aquellos a quienes les desasosiega el irse a dormir. Los primeros consideran que sus lechos son nidos protectores, mientras que los segundos sienten que la desnudez del duermevela es un peligro. Para unos, el momento de acostarse supone la suspensión de las preocupaciones; a los otros, por el contrario, las tinieblas les provocan un alboroto de pensamientos dañinos y, si por ellos fuera, dormirían de día, como los vampiros…</span></em><br /><br />Al leer estas líneas pensé, de inmediato, que yo pertenezco decididamente al primer grupo: a aquel para el que la cama representa un refugio seguro y cálido, a los que no les da miedo irse a dormir, sino despertar. Pero en esta entrada no quiero hablar sobre mis terrores y mis demonios personales, sino sobre el libro.<br /><br />Pronto descubrí que, a diferencia de mí, los personajes de la novela (un taxista que no logar superar la muerte de su esposa, un médico desencantado de la vida, una bellísima prostituta negra, una científica vieja y alcohólica) pertenecen al segundo grupo y viven sus vidas de noche para no dejar que la oscuridad y sus horrores los pesquen desprevenidos. Como no pretendo aquí reseñar esta novela, no entraré en más detalles al respecto.<br /><br />Sólo diré que, hace un par de horas, leí la última página, la 312. Aunque puedo decir que fue un final feliz, optimista incluso, me quedé sintiendo, como cada vez que termino un libro que me gusta, una nostalgia dulce y dolorosa. Aunque el volumen sigue entre mis manos, y sé que puedo conservarlo, cuidarlo, atesorarlo, también sé que ya nunca podré volver a leerlo con la misma sensasión de sorpresa y maravilla que la primera vez.</div><div align="justify">. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Los buenos libros, como las buenas relaciones, no deberían terminar nunca. Y, sin embargo, siempre terminan.</div><div align="justify">.</div><div align="justify">(Que conste que hablo de los libros, no de las relaciones)</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-33962253303022848092008-11-11T12:30:00.000-08:002008-11-11T12:32:39.166-08:00El sentido del humor<div align="justify">Siempre he pensado que el sentido del humor es la muestra más elevada de la inteligencia de una persona, por eso es la cualidad que más admiro. Creo cualquier artista, cualquier político, cualquier científico que sea inteligente —y, por lo tanto, que sea bueno como artista, como político o como científico— tiene que tener un buen sentido del humor. Ejemplos de lo anterior son el humor, un tanto pueril pero sin duda brillante, de Mozart; el humor burbujeante de Rossini; el elegante humor de Wilde; el humor amargo de Borges; el humor bonachón de Einstein (cuya misma fotografía es una ingeniosa burla de sí mismo).<br /><br />Los políticos de antes, los buenos políticos de antes, eran famosos por su sentido del humor. Quizá el caso más notable sea el de Sir Winston Churchill que, si bien tomó varias decisiones cuestionables, poseía sin duda una de las mentes más brillantes de la historia contemporánea. Y esta brillantez se expresaba en un inagotable caudal de agudas paradojas, frases célebres e ingeniosísimos juegos de palabras. Una de mis citas favoritas de Churchill es la que sigue: “Me gustan los cerdos. Los perros nos miran con admiración, los gatos nos miran con desprecio, sólo los cerdos nos miran como a sus iguales.”<br /><br />El sentido del humor de los políticos actuales habla, y habla muy mal, de su inteligencia. Un ejemplo reciente, ocurrido apenas la semana pasada, fue el patético chiste que quiso hacer Silvio Berlusconi cuando le preguntaron su opinión sobre la histórica victoria de Barck Obama. “¿Obama? —dijo— <em>é giovane, bello e abbronzato</em>.” (es joven, guapo y bronceado). Sus palabras no sólo fueron condescendientes, racistas y ofensivas; también incurrieron en el peor pecado que un chiste puede cometer: no fueron graciosas.<br /><br />Y es que Berlusconi es uno de los personajes más insensibles, ignorantes y francamente estúpidos que haya gobernado Italia (y vaya que la península itálica ha tenido a lo largo de su historia a varias bestias de primer nivel en el poder). En más de una ocasión, el actual primer ministro ha tenido que pedir disculpas públicas por las bromitas políticamente incorrectas que tanto disfruta hacer, en las que se burla de las mujeres, de los homosexuales, de los inmigrantes, de los socialistas y con las que no consigue hacer reír a nadie (más que a un puñado de aduladores y lambiscones que seguramente revolotean en torno suyo y le aplauden sus gracejadas).<br /><br />En este caso, el racismo implícito en sus comentarios sobre Obama no pasó desapercibido: la ex cantante, ex modelo y actual primera dama de Francia, Carla Bruni, declaró, después de oír el chistecito de Berlusconi, que se sentía feliz de ya no ser italiana (declaración totalmente justificada, que sin embargo indignó e hirió el orgullo nacional de los italianos, más o menos como cuando cierto cantante italiano declaró que las mujeres mexicanas eran “feas y bigotudas”).<br /><br />No quiero analizar aquí el sentido del humor de los políticos mexicanos actuales y sus implicaciones en sus respectivos intelectos, porque, me temo, el resultado sería francamente deprimente.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-32934973779878712922008-11-10T18:20:00.000-08:002008-11-10T18:25:10.533-08:00Cartas de amor<div align="justify">El gran poeta portugués Fernando Pessoa escribió que “todas las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas”. Y tenía toda la razón. Pero también escribió, en ese mismo poema que “al fin y al cabo, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas.”<br /><br />La mayoría de las personas que conozco, yo incluido, guardamos las cartas, igual que los<em> e-mails</em> de amor, con una devoción cercana al fanatismo. Las conservamos como quien guarda un diploma o un título universitario, como si pudiéramos anexarlas a nuestro <em>curriculum vitae</em> y así demostrar, a quien se atreva a ponerlo en duda, que alguien alguna vez, a pesar de nuestros defectos y debilidades, nos quiso. Y nos quiso mucho. Al punto de estar dispuesto —por nosotros— a quedar como verdadero idiota. Por eso, entre más cursi y ridícula sea una carta de amor, mayor es su valor curricular.<br /><br />Y si el autor de la carta en cuestión ha dejado de querernos, estas constancias escritas del amor que alguna vez sintió por nosotros se vuelven todavía más valiosas: demuestran fehacientemente que, si salimos lastimados, no fue culpa nuestra: <em>ellos</em> nos dijeron que nos amaban con locura, <em>ellos</em> los que juraron que nunca nos harían daño, <em>ellos</em> los que prometieron que nos querrían toda la vida. Nosotros fuimos sólo víctimas inocentes. Y ahí están las cartas para demostrarlo.<br /><br />No es necesario releerlas muy seguido: nos basta saber que están ahí, esperándonos en el fondo del cajón, tan tiernas y románticas como el día en que fueron escritas.<br /><br />Por eso, en general, quienes tienen el valor (o la necesidad) de deshacerse de las cartas de amor que han recibido, no las tiran sencillamente al bote de basura, sino que las queman en una hoguera casi sagrada: saben que están sacrificando una parte de sí mismos, como quien se arranca su propio corazón para ofrecérselo a un dios sanguinario.<br /><br />Y es que, al parecer, el amor que sentimos en el pasado puede conservarse en la memoria del corazón. Pero para preservar—al menos en parte— el amor que otros han sentido por nosotros, es necesario contar con evidencia escrita. Por eso coleccionamos desde la notita infantil escrita en una hoja de cuaderno, hasta las complejas epístolas con elevadas pretensiones filosóficas o literarias. Puede que, como dijo Pessoa, sean ridículas las criaturas que nunca han escrito una carta de amor. Pero a juzgar por la forma en que atesoramos estos breves tesoros de papel y tinta, lo verdaderamente patético, lo que de verdad nos da miedo, es llegar a convertirnos en criaturas que nunca han recibido una carta de amor.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-29163561049258942762008-11-06T11:40:00.001-08:002008-11-06T11:46:45.405-08:00La vida no es justa<div align="justify">La vida no es justa. Esta es una verdad evidente, incuestionable, inocultable, como un templo, una catedral, una basílica. Y, sin embargo, es una verdad que los pobres seres humanos nos rehusamos a aceptar. A pesar de los cientos, de los miles de ejemplos que presenciamos diariamente de la flagrante injusticia del mundo, hacemos todo lo posible para no verla.<br /><br />La gente que cree en la inmortalidad del alma tiene el problema resuelto: sí, esta vida no es justa, pero no importa, porque después de la muerte hay un Hades, un Valhala, un Cielo, un Purgatorio o un Infierno en donde justos y pecadores recibirán los premios y los castigos que se merecen. Otros, los que creen en la reencarnación, aseguran que las culpas se purgan en este mismo mundo, pero en una vida diferente, que los buenos reencarnarán en reyes, emperadores o millonarios y los malos en cucarachas. La verdad, esta creencia nunca me ha parecido justa: ¿por qué tendría uno que pagar por una falta de la que no se tiene conciencia? ¿por qué debería uno de ser recompensado por una buena acción que cometió en una época diferente, en un universo diferente, siendo una persona diferente?<br /><br />Pero el verdadero problema viene para los ateos, los descreídos, los agnósticos, los que presumimos de racionales, los que pensamos que el alma muere cuando el corazón deja de latir y la sangre deja de irrigar al cerebro. Para nosotros que no creemos en el “más allá” resulta particularmente difícil aceptar el hecho de que la vida no es justa.<br /><br />Y por eso nos inventamos todo tipo de trucos y supersticiones, extraídos de todas las fuentes posibles: desde ingenuas frases del refranero popular del tipo “el que la hace la paga” hasta elaborados retruécanos pseudos-filosóficos, como el karma (esa especie de tarjeta de crédito espiritual, vagamente inspirada en el budismo, en la cual se suman y restan puntos según lo bien o mal que nos portemos).<br /><br />Sin embargo, todos estos recursos, aunque son muchos y muy variados, siguen siendo insuficientes. Insuficientes para explicar por qué un dictador como Augusto Pinochet (por mencionar sólo un ejemplo) pudo haber traicionado, mentido y causado, directa o indirectamente, la muerte de miles de personas y después llevó una vida larga y feliz; por qué un niño de cinco años, que difícilmente ha cometido un sólo pecado en su cortísima existencia, puede enfermarse de cáncer o cualquier otra porquería y morir en medio de horribles dolores.<br /><br />No, el que la hace no la paga. Casi nadie cosecha lo que sembró. Si existe una karma police —como la que invocara Radiohead en su célebre canción— es más ineficaz que las fuerzas policiales mexicanas (lo cual es decir mucho).<br /><br />Lo que propongo es que nos dejemos de engañar de una vez por todas. Si hemos logrado aceptar hechos tan contrarios a nuestra percepción empírica como que la tierra no es una extensa superficie horizontal, sino una pelota azul que va por el universo dando vueltas alrededor una bola de fuego, creo que ya es tiempo de que nos dejemos de supersticiones y cobardías y asumamos esa realidad tan elemental, que ya percibíamos pero que no nos hemos atrevido a afrontar: la vida, simplemente, no es justa.</div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-4713550379640760966.post-29178729241797960182008-10-21T15:14:00.000-07:002008-10-21T15:21:49.869-07:00Conversaciones ajenas<div align="justify">Debo confesar que entre todas mis perversiones, manías y mañas hay una que es particularmente grave, porque es fundamentalmente irrespetuosa: soy un voyerista verbal. Un <em>voyeur</em> o, mejor dicho un <em>écouteur</em>. Esto es, me apasionan las conversaciones ajenas, me encanta escuchar furtivamente fragmentos de pláticas que no están dirigidas a mi.<br /><br />Confiéselo, amable lector: a usted también le gusta, a veces, escuchar casualmente las palabras que se cruzan entre personas desconocidas, sentadas en una mesa cercana de un restaurante, o en la fila de la caja de una librería, o en un elevador, o en un vagón del metro.<br /><br />En mi, la cosa llega al grado de obsesión. Tanto así que estoy considerando seriamente comprarme una de esas pequeñas grabadoras portátiles —dictáfonos, creo que les llaman— para poder pescar al vuelo esas frases, estos pellizcos de vidas ajenas, como un cazador de mariposas. Y así podría ir reuniendo una colección de conversaciones, a veces graciosas, a veces tristes,casi siempre triviales, siempre fascinantes. Cuando lo haga prometo compartirlas con ustedes por este blog. (Por cierto, si alguien tiene uno de esos aparatitos que ya no le sea util, haga el favor de hacérmelo llegar)<br /><br />Y aunque casi siempre siento curiosidad por saber más acerca de la vida de los conversadores (¿cuál es ese trabajo del que están tan hartos? ¿es realmente tan mala esa nuera de la que se quejan tan amargamente? ¿qué película es esa que tienen tantas ganas de ver?). Pero, en realidad, no quiero saber nada más de estas personas: lo que les da su fascinación a las conversaciones ajenas es precisamente eso, que son ajenas. Si supiera el contexto en que se producen, si conociera la vida y milagros de sus autores, si me volviera parte de sus vidas, sus pláticas perderían su carácter fugaz, mágico, volátil, casi siempre absurdo, y se volverían conversaciones comunes y corrientes… conversaciones propias.<br /><br />De las conversaciones ajenas me interesa tanto el contenido (lo que dice la gente) como la forma (como lo dicen). A continuación transcribo algunoas muestras aleatorias que he escuchado últimamente y que, por alguna razón, se me quedaron en la memoria:<br /><br />—…dígame usted si es justo, doña Carmelita, dígame si es justo que me trate así, después de todo lo que he hecho yo por ese muchacho…<br />—…o sea que tenía que estar en Dubai a las once de la mañana y menos de doce horas después, en Nueva York…<br />—…le pones mucha mantequilla y al final le espolvoreas un poquito de canela, y ya verás qué sabroso te va a quedar…<br />—… te digo que era una chulada de escuincla, haz de cuenta la Kim Bassinger, pero en morena…<br />—…y en eso que agarra, que voltea y que me dice: “ya me voy”…<br />—….insisto: la hermenéutica es <em>precisamente</em> la pretensión de explicar las relaciones existentes entre un hecho y el contexto en el que acontece…<br />—…güey, no mames, la ví y me quedé así de ¡güey, güeeeeeeeey!...<br />—… tenemos a la mujer secuestrada escondida en el sótano de una casa que está en Insurgentes 254… (Ok, admito que ésta última nunca la he escuchado. Pero ¿a poco no sería de lo más emocionante escuchar casualmente esa conversación en particular?) </div>Luishttp://www.blogger.com/profile/17922667791927580968noreply@blogger.com8