lunes, 20 de octubre de 2008

Los muertos de mi felicidad

Soy feliz, soy un hombre feliz
y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad

Silvio Rodríguez

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¿Qué tal si la felicidad es un recurso limitado, como el agua o el petróleo? O sea, ¿qué tal Dios, en Su Infinita Sabiduría, creó sólo una cantidad fija de felicidad para todos los seres humanos y luego nos dejó para que nos la repartiéramos como Dios nos dé a entender? Sólo que, en Su Infinita Crueldad, no nos dio a entender nada.

Si mi hipótesis es correcta, eso implicaría que la vida es un juego de suma cero en el que, si alguien adquiere un gramo de felicidad (no sé si la felicidad se pueda medir en gramos, en metros, en kilowatts/hora, o se requiera otra unidad de medida más original, como plumas) en alguna parte del mundo, alguien más, inevitablemente, recibe esa misma cantidad en pena, en horror o en miseria.

En algunos casos, la cosa está bastante clara: si uno gana la lotería, quiere decir que otro la perdió; si alguien obtiene un buen trabajo, un asenso, una promoción, una beca, un lugar en una universidad prestigiosa, quiere decir que alguien más se quedó sin ese trabajo, sin ese asenso, sin esa universidad prestigiosa. Si un fabricante de tornillos aumenta las ganancias de su empresa, es porque está estafando a los consumidores, o explotando más a sus trabajadores o, en el mejor de los casos, fregándose a las otras fábricas de tornillos.

Si esto es así, entonces Borges se equivocó cuando dijo su famosa frase “He cometido el peor de los pecados: no he sido feliz”. En este escenario, no ser feliz no es un pecado, sino todo lo contrario: un acto heroico, ya que implica que alguien más puede estar aprovechando la felicidad que uno no usó. En cambio consumir cantidades excesivas de gozo es un acto increíblemente egoísta, considerando toda la gente que anda por ahí muriéndose de tristeza. (Gota a gota, la felicidad se agota, podría decir un anuncio).

La felicidad siempre tiene muertos.

Sin embargo, hay veces que el dolor del prójimo no nos produce felicidad, sino más dolor; y veces en que la alegría de alguien más nos causa más alegría. Esto es lo que se llama simpatía, compasión o, en casos extremos, amor. Y es ahí cuando mi teoría de la felicidad como recurso limitado empieza a hacer agua.

Y no puedo decir que el amor al prójimo sea un cisne negro, una excepción que confirme la regla. Al contrario: el amor se manifiesta constantemente, todos los días y en todas partes del mundo. Siempre habrá un hombre que ame a una mujer (o a otro hombre), una madre que quiera a sus hijos, una persona que adore a sus amigos, a sus hermanos, a sus primos, a su perro, o a la raza humana en general. Love actually is all around. Y entonces, uno se vuelve estúpido: el dolor del ser amado nos duele más que el nuestro; su risa, se torna una joya invaluable, su llanto, una tortura; su felicidad se vuelve nuestra felicidad; el sacrificio deja de serlo y se convierte en una actitud totalmente lógica y racional. (Como si el amor, alguna vez, pidiera ser lógico o racional).

Si yo creyera en Dios, diría que eso fue lo que nos quiso dar a entender.

3 comentarios:

Astro dijo...

Hermoso post. Me extraña que no tenga comentarios. Por cierto, ¿no es "ascenso"?

Anónimo dijo...

en efecto, que hermoso post!!

y si tu teoría es cierta, hoy tendrán que perdonarme los muertos de mi felicidad cos im walking on sunshineee!!! :)

Anónimo dijo...

Coincido: en medio de mi jajaja y de mi jojojo me enteré que se acababa de caer el avión de Mouriño. ¡Ah jijo! Dime algo para que no me sienta culpable...