jueves, 2 de octubre de 2008

No se olvida.

"Orrenda, orrenda pace!
La pace dei sepolcri"
Giuseppe Verdi, Don Carlo
En su columna de hoy, en La Jornada, Soledad Loaeza sostiene que “el movimiento estudiantil mexicano del verano de 1968 fue también una crisis de guerra fría.” Argumenta, con el estilo lúcido y elegante que la caracteriza, que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz no estaba amenazado por un levantamiento comunista, sino por la paranoia del gobierno de Lyndon Johnson, quien, después de Fidel Castro y empantanado en Vietnam, no tenía paciencia para lidiar con pequeños desafíos en su esfera de influencia (léase México).

Y es que, desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959 y durante toda la década de los 60, una de las primeras prioridades de la política exterior de Estados Unidos fue impedir, a como diera lugar, que el comunismo se extendiera por América Latina. Y cuando digo “a como diera lugar” quiero decir que no dudaron en movilizar a sus fuerzas armadas para intervenir en cualquier país de la región que estuviera en riesgo, por remoto e improbable que fuera, de sucumbir ante la amenaza roja.

Por mencionar algunos ejemplos, en 1962, Washington financió la fallida invasión de opositores cubanos en Bahía de Cochinos; en 1964 se produjo un enfrentamiento entre estudiantes panameños y tropas estadounidenses establecidas en el Canal, del que resultaron varios muertos; ese mismo año cayó el presidente brasileño Joao Goulart, víctima de un golpe militar que tuvo el pleno apoyo de la Casa Blanca; en abril de 1965, con el pretexto de proteger la vida de estadounidenses en República Dominicana, desembarcaron en la isla más de 42 mil marines para combatir a las fuerzas que buscaban restablecer el gobierno democrático de Juan Bosch, que había sido depuesto dos años antes por grupos favorables al dictador Trujillo.

Así, según la Loaeza, lo que motivó al gobierno de Díaz Ordaz para reprimir con tanta fuerza y celeridad el movimiento estudiantil, fue la intención de tranquilizar al vecino del norte, de demostrarle que tenía la situación bajo control y de prevenir una intervención armada que pusiera nuestra preciada soberanía nacional. Desde este punto de vista, su decisión pareciera casi heroica.


El propio Díaz Ordaz hizo explícita esta preocupación 15 de junio de1968, en la ceremonia del Día de la Libertad de Prensa, cuando, visiblemente emocionado y en un tono casi de pánico, afirmó que “por ningún motivo, en ningún caso, en ninguna circunstancia” el gobierno pediría a otra nación que interviniera en asuntos internos, “preferimos millones de veces la muerte antes que solicitar soldados del exterior para que vengan a imponer el orden interior”. Lo que no aclaró el señor presidente (ni tampoco lo dice la Loaeza) fue a la muerte de quien se refería. El 2 de octubre quedó bastante claro.


No, la matanza de Tlatelolco no se olvida. Se estudia, de discute, se analiza, se explica, se comprende, pero no se olvida…. Y tampoco se perdona.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues es que a los asesinos, así como a los ladrones, se les llama por lo que son, unos asesinos!
CERDOS
(para colmo de males, ahora resulta que las gimnastas chinas ganaron la medalla de oro todas con los 16 años cumplidos, aja.)

Nilbi

Atzimba dijo...

exacto. no se olvida. no se perdona. y la herida sigue abierta porque no nos han aclarado la historia.